Sobre un cuento de Eduardo Muslip
Por Alejandra Rodríguez Ballester
Introducción
“La literatura como
tal cumple una función específica, porque es un discurso que empieza a decir
algo después de que los otros discursos institucionalizados han dicho lo que
tenían que decir. El escritor, el dramaturgo, es para mí alguien que escucha el
inmenso rumor del discurso social que llega a él en forma de fragmentos
erráticos, imágenes, frases con la marca de los debates en los que
participaron.” Marc Angenot
Tal como lo manifiesta el investigador belga Marc Angenot,
la literatura puede ser un lugar privilegiado donde leer los discursos sociales
y rastrear determinadas modalidades de lo contemporáneo. En una serie de relatos
recientes de escritores latinoamericanos es posible observar la puesta en
escena de un recorrido de sur a norte y cierta cualidad de
desterritorialización propia de la contemporaneidad. Narraciones como Lord, del brasileño Joao Gilberto Noll, Wasabi del argentino Alan Pauls o el más
reciente Phoenix de Eduardo Muslip, entre
otros, pueden ser considerados como “relatos de la diáspora” en sentido amplio,
ya que tematizan de maneras diversas la cuestión de las identidades y las
nacionalidades que mutan, se debaten o se disuelven en ese movimiento
migratorio. Son relatos en los que el espacio tiene un rol protagónico, que
problematizan la noción de territorio y revelan las dimensiones múltiples y
ubicuas que el concepto de espacio puede traer aparejadas en la actualidad. Los
textos citados comparten, además, la
particularidad de poner el foco en las migraciones en el campo académico, de
intelectuales, escritores o estudiantes universitarios.
El presente análisis se centrará en “Cartas de Maribel”,
primer relato de Phoenix de Eduardo
Muslip, compuesto por cuatro cuentos que narran la experiencia de un joven
docente argentino en esa ciudad norteamericana. La unidad temática del libro
está dada por la experiencia del narrador como residente en la Universidad de
Arizona, en la ciudad de Phoenix, y por
el viaje o el deseo del viaje condensado en el mapa, que es tema del último
relato, Air France.
Ya desde el título, Phoenix
pone el acento en el espacio, en la ciudad como condensado de la cultura, tema
que enfatiza la ilustración en la tapa del libro, que superpone rectas en un
plano, una fotografía aérea, una autopista y la sombra de un avión proyectada
en el desierto.
La imagen del avión en la tapa, como el mapa de Air France
que es objeto de deseo del narrador en el último relato de Phoenix, parece representar cierta utopía contemporánea de
ubicuidad constante y posibilidad de desplazamiento infinito.
Phoenix podría considerarse como el modelo de la nueva
ciudad estadounidense, surcada por una red de autopistas que unen
urbanizaciones y centros comerciales. Como señala Michel Foucault (De los espacios otros, 1967) “estamos en
un momento en que el mundo se experimenta, menos como una gran vida que se
desarrolla a través del tiempo que como una red que une puntos y se entreteje”.
En el plano de la arquitectura contemporánea, quizás nada representa de manera
más gráfica esa “red” de puntos interconectados que las modernas autopistas norteamericanas,
que unen emplazamientos distantes y aislados entre sí.
En el primer relato de “Phoenix”, “Cartas de Maribel”, esos
puntos en la red son las ciudades de Buenos Aires, Nueva York, Miami, Medellín
y Phoenix misma, una red de ciudades, no de países ni naciones, los espacios de
referencia y/o pertenencia del narrador y de la estudiante colombiana que da
título al relato.
A través del personaje de Maribel y las reflexiones del
narrador, el relato va trazando paralelos entre las culturas de esas ciudades,
las oposiciones entre ellas, los conflictos de los migrantes, el “equipaje”
simbólico que cada uno se lleva de su cultura o de sí mismo por más que migre. A
medida que muestra y describe al personaje de Maribel, el relato despliega un
mundo que resulta nuevo para el narrador. La vida de Maribel parece representar
la de muchos migrantes latinoamericanos, devenidos “latinos” en Nueva York, con
sus familias y afectos dispersos, permanentemente “en viaje”. Un padre narco y
amigos “latinos” en problemas con la ley por cuestiones de drogas son parte de
ese universo abigarrado que el narrador observa y con el que intenta establecer
nexos y comparaciones.
Las formas de sociabilidad que se revelan en este universo
de migrantes ponen de manifiesto identidades y pertenencias que no tienen que
ver con lo local y que están signadas por la movilidad. Tal como consideran
Amin y Thrift en Cities. Remaining the
urban, “el tejido familiar, de clan, las conexiones étnicas en la diáspora
permiten montar circuitos de migración y movilidad subsecuente (en contraste
con las viejas migraciones)”. El hogar ya no tiene que ver con el propio lugar,
sostienen estos autores, sino con locaciones: “algunas son sitios alrededor del
mundo pero otros son relaciones e imaginarios de diferente clase, que también
contribuyen a la comunidad”. Estamos ante una sociabilidad móvil “cuya
característica es que puede y, de hecho, se realiza a través de las
distancias”. El caso de los migrantes es
un ejemplo extremo de algo que sucede en otros ámbitos sociales de la ciudad
contemporánea: la progresiva separación de la organización social del espacio
(Amin y Thrift: 2002).
El relato de Muslip tematiza la condición de
desterritorialización de la vida contemporánea, la cualidad del espacio y los
lugares más que como sitios duraderos “como momentos de encuentro, no fijos en
tiempo y espacio, sino como eventos variables, y flujos de interrelación” (Amin y Thrift: 2002).
Según Appadurai en La
modernidad desbordada, “podríamos hablar de diásporas de la esperanza,
diásporas del terror y diásporas de la desesperación. Pero en todos los casos,
estas diásporas introducen la fuerza de la imaginación, ya sea como memoria o
deseo, en la vida de mucha de esta gente, así como en mitografías diferentes a
las disciplinas del miedo y el ritual de corte clásico. Aquí la diferencia
fundamental es que estas nuevas mitografías pasan a convertirse en estatutos
fundacionales de nuevos proyectos sociales”.
En el cuento de Muslip, esas mitografías parecen asociadas a
la idea de progreso del sueño americano, el deseo aparece proyectado hacia el
futuro como “proyecto”, un proyecto que parece siempre postergado, en el caso
de Maribel; clausurado y vuelto mera
“fantasía”, en el de los amigos presos. La memoria reaparece una y otra vez en
las cartas de los amigos y las fotografías de familiares que Maribel lleva
consigo.
Heterotopías
antagónicas
Frente a la desterritorialización y la movilidad del espacio
que el cuento de Muslip pone de manifiesto, aparecen recortados muy nítidamente
ciertos universos autónomos –que aquí actúan como un sistema- que poseen la
cualidad de heterotopía (Foucault, 1967): lugares reales con cierta calidad
utópica, lugares – otros separados de la ciudad y cerrados en sí mismos.
La universidad
norteamericana –el espacio que da sentido al viaje- funciona como una
heterotopía contemporánea, un universo cerrado de reclusión en aras de la
formación académica; la meca de los estudiantes latinoamericanos, el sitio que
les dará las credenciales para circular por la red académica global, el lugar
de los “proyectos”-tan mencionados por Maribel-, de la conformación del futuro
personal. Tal como interpreta el
narrador, para esta estudiante “latina”, nacida en Nueva York de padres
colombianos, la universidad representa “una fantasía de erudición,
inteligencia, clase” (Muslip, p. 47), un sitio que le permite “salir del
barrio”: quizás por esa atribución de excesivo valor, comenta el narrador, ella
no puede nunca concretar sus propósitos, terminar sus estudios. Por otra parte,
el mismo narrador esboza un sentimiento de debilidad o exclusión frente a la
fuerza simbólica de esa heterotopía universitaria: “Creo que estoy más cómodo
en la universidad pero también intuyo que ese lugar no me corresponde del
todo”, comenta. El relato muestra a la
universidad norteamericana como un espacio hipotéticamente abierto o
igualitario, donde sin embargo, las minorías no dejan de sentir cierta
inadecuación, cierta carencia en sus posibilidades que vuelve precario el
proyecto mismo, como una perpetua amenaza de disolución.
En las antípodas de esa heterotopía positiva que es la
universidad, la cárcel aparece enfrentada, como una heterotopía de la
desviación, institución biopolítica de la ciudad. En este sentido, el relato
plantea una situación sin salida para los inmigrantes: “Los que crecen en mi
barrio, insistía Maribel, es muy fácil que terminen en la cárcel. Y eso les
mata sus proyectos, les arruina la vida. (…) Al hojear las cartas de los chicos
de la cárcel, lo que más se veía eran proyectos. Proyectos explicados con
detalle y convicción. Estudiarían, empezarían un negocio. “Fantasías”, evaluaba
Maribel, cortante”. La cárcel es el reverso oscuro del sueño americano, el
lugar de la cancelación del tiempo –del no futuro- y los proyectos.
Frente a estas heterotopías se configura un espacio de
límites menos precisos pero omnipresente y ubicuo. Se trata del desierto, el
espacio donde está enclavada Phoenix, que a la vez funciona como el territorio
de la irrealidad y de la imaginación, un espacio fuertemente simbólico. “El
desierto es el mejor lugar para escuchar voces ya separadas de la materia de
los cuerpos, sin relación de lugar o de tiempo”, afirma el narrador. El
desierto es una presencia inmaterial, desterritorializada; el protagonista no
lo recorre ni siquiera lo contempla ni lo describe, pero se sabe aislado en su
inmensidad como en el espacio sin límites de la fantasía y la memoria. De
fuertes connotaciones por su relación con otros textos de la cultura, desde la
road movie norteamericana, hasta el éxodo bíblico, el desierto, que es el lugar
del tránsito y del peregrinaje, es un espacio cargado de sentido en este relato
sobre migrantes. Es, a la vez, el lugar de la interioridad, la trascendencia y
la alucinación, el ámbito donde se despliega la sensibilidad, la creatividad y la ficción.
Migrantes, voces,
tecnologías
“Las migraciones en masa (ya sean voluntarias como forzadas)
no son un fenómeno nuevo en la historia de la humanidad. Pero cuando las
yuxtaponemos con la velocidad del flujo de imágenes y sensaciones vehiculizados
por los medios de comunicación de masas, tenemos como resultado un nuevo orden
de inestabilidad en la producción de las subjetividades modernas”, considera Arjun
Appadurai.
En ese espacio recortado de lo cotidiano que es la
universidad, en el espacio simbólico del desierto, resuenan las voces y se
yuxtaponen las imágenes del mundo de Maribel y del mundo del narrador. En la
lejanía de Phoenix, esas voces e imágenes aparecen a través distintos
dispositivos tecnológicos: el celular, los mensajes de texto, el contestador
automático, las fotografías, el e-mail, las cartas.
La tecnología es la forma de comunicación entre esos
espacios distantes, esas ciudades por las que circula la vida de los migrantes,
los amigos y la familia dispersa de Maribel. “…podía estar con su celular en el
living de nuestro departamento, en un pasillo de la universidad, en el
supermercado, en la calle o en un auto, y hablaba por un buen rato. Aparecían
entonces tonos de voz que yo ya le conocía y muchos otros que nunca le
escucharía en otras instancias: inflexiones tiernas, ásperas, susurros, risas,
gritos, súplicas, llanto, extrema ligereza o tremendo dramatismo.”
Pero lo digital también resulta una herramienta que frustra
o impide la comunicación: la protagonista no contesta los mensajes, cambia de
celular, tiene llena la casilla del email o cambia de dirección electrónica. La
dificultad de la comunicación también se plantea en relación con la escritura y
con la tarea intelectual: no encontrar la forma de comunicar implica, para el
narrador, demorar proyectos de escritura o dejarlos truncos.
Dotadas de mayor materialidad, las fotografías tienen el
poder de yuxtaponer en el espacio imágenes de seres imposibles de reunir
geográfica o afectivamente: “las tres personas estaban sólo unidas por las
pequeñas bisagras del portarretrato y el afecto de Maribel”.
Pero son las cartas, anacrónicas como soporte comunicativo, las
que tienen un lugar central en este relato. Son cartas que la protagonista
lleva consigo a todas partes -para esconderlas de su novio- y que deja por un
tiempo al cuidado del narrador. Están escritas por sus amigos colombianos, presos en cárceles de Estados Unidos, en
Chicago, Nueva York o Florida, por venta de drogas. Eso explica el anacronismo:
privados de internet o celulares, el único modo de comunicación de los presos es
epistolar, a través de cartas, que, como observa el narrador, tienen una
“insuficiencia”: faltan anécdotas, referencias a la cárcel misma, a los
compañeros o a los guardias, porque son cartas sometidas a censura. Como señala
el narrador, “pocos objetos parecían poder evocar un mundo como esa carpeta de
cartas”, que empiezan a tener para él un interés particular, por su potencial
evocativo y narrativo.
Las cartas, las fotografías, son objetos valiosos en la
diáspora porque recuerdan al ausente. En este relato las cartas se atesoran
-como las del padre narco, que escribe a su hija desde la cárcel desde los diez
años de Maribel hasta los veintiuno- pero también se pierden. La inconstancia y
la superficialidad del personaje amenaza con diluir los “proyectos” y se
refleja en estas pérdidas. Frente a la materialidad de su novio Larry -“fuente
de calor, autoridad, dinero”-, lo inmaterial de los recuerdos, los afectos, los
“fantasmas” de esos chicos presos, se diluyen. Como también parece diluirse la
identidad de Maribel misma, y la del narrador.
“Mientras miraba a
Maribel preparando todo para irse, tuve la convicción de que estábamos
destinados a la pérdida. Lo que yo traía de Argentina, mis recuerdos, todo,
estaba destinado a perderse porque no iba a encontrar la manera de comunicarlo.
Pensé en las cosas perdidas en la casa de la madre de Maribel, las cartas del
padre, las de la amiga argentina…”.
En la última escena, el narrador sueña con Maribel y un
mensaje grabado en una cinta magnetofónica que se enreda y se pierde sin
remedio. El relato confronta distintos soportes de conservación y reproducción
técnica de los mensajes y las imágenes, incluso el sueño se narra como si fuese
una película: “en mi sueño yo veía un primer plano de la belleza de Maribel
hablándole a la cámara”.
Pese a la abundancia de soportes y tecnologías, estos se representan
como efímeros e incapaces de garantizar el resguardo de la memoria, una precariedad
que, por otra parte, es constitutiva de
los nuevos soportes digitales. La amenaza de desmemoria y de pérdida de los
objetos con valor afectivo tiene una fuerte carga dramática en el relato (el
narrador pone el acento allí donde la protagonista parece preferir el no
saber). La superficialidad en las relaciones puede asociarse con cierto rasgo
de época señalado por Zygmunt Bauman, para quien los vínculos humanos precarios
son característicos de la “modernidad líquida”. Una superficialidad que, en
este relato, se traduce en inconsistencia y en pérdida personal: los afectos se
diluyen, las cartas se pierden, los proyectos individuales no se concretan. Seducidos
por las promesas de la ciudad global, los latinoamericanos migrantes terminan
resultando víctimas de una sociedad desigual. Para los hombres, la precariedad y la marginalidad parecen
difíciles de eludir. Para las mujeres, los resabios de la sociedad patriarcal entran
en contradicción con el modelo de mujer moderna y universitaria que la sociedad
a la que quieren pertenecer dibuja para ellas. En la mirada extrañada del
narrador argentino que Muslip pone en escena, estos latinoamericanos devenidos
“latinos” muestran las grietas de una identidad híbrida que no llega a conformarse
del todo y que no parece lograr eludir su destino de exclusión. Sin embargo,
así como es cambiante y móvil el paisaje de estas sociedades también estas
identidades se perciben en tránsito, capaces de cruzarse e influirse unas a
otras en un devenir abierto, sin clausura.
Buenos Aires, 2011
Bibliografía
Appadurai, Arjun (2001). La
modernidad desbordada. Dimensiones culturales de la globalización. México: FCE, 2001.
Amin, Ash y Trift, Nigel (2002). Cities. Remaining the urban. Cambridge:
Polity Press, 2002.
Angenot, Marc (2010). “Los límites de la persuasión”.
Revista Ñ, 11 de noviembre de 2010.
Barbero, Jesús Martín (1991) “Dinámicas Urbanas de la
Cultura”. Revista Gaceta de Colcultura N* 12, Ed. Instituto Colombiano de
Cultura, diciembre de 1991.
Bauman, Zygmunt (2002). Modernidad
líquida. Buenos Aires: FCE, 2002.
Foucault, Michel (1967). “De los espacios otros”. Architecture,
Mouvement, Continuité, n° 5, octubre de 1984. Trad.: Pablo Blitstein y Tadeo
Lima.
Muslip, Eduardo (2009). Phoenix. Buenos Aires: Malón
editorial, 2009.