Una distopía colectiva
POR ALEJANDRA RODRÍGUEZ BALLESTER
La imagen regresiva, de una sociedad que debe vivir de sus
propios desechos, el retroceso que significó el quiebre de 2001/2002, que en
pocos meses barrió puestos de trabajo y mostró cuán endebles eran las bases de
muchos proyectos de futuro, aparecen reflejados y transmutados –como sucede en
la mejor ficción– en la distopía de Pedro Mairal, “El año del desierto”,
publicada en 2005. La novela comienza en los primeros días de enero, en los que
ya son visibles las primeras señales de la “intemperie” que avanza desde la
provincia y hunde cada nueva zona en el deterioro. María, la protagonista,
decide mudarse desde Beccar al centro para huir de esa amenaza, mientras a su
alrededor proliferan señales de
precariedad: las máquinas de escribir reemplazan a las computadoras, los
canales de aire al cable y las góndolas ofrecen marcas desconocidas como Teem o
Crush. En una ciudad de manzanas amuralladas, departamentos hacinados y
casillas que se amontonan en las calles en un clima de violencia desatada,
Mairal crea un condensado de significantes sociales contemporáneos: los sin
techo, los ocupas, la obsesión por la seguridad, que se enlazan con dicotomías
políticas, como el enfrentamiento entre capital y provincia, entre civilización
y barbarie. A la disolución social se le suma la disgregación de la Nación y a
medida que avanza el relato, esta distopía retrospectiva pasa por los tiempos
de la inmigración –ahora hay un Hotel de Emigrantes– y se interna en las luchas
de caudillos para llegar a la frontera, a los malones y al salvajismo absoluto.
Hasta la lengua se desintegra, en un argot ininteligible. Y María es la
cautiva, y el matadero es la empresa en la que trabajaba, donde ahora se faena
carne humana. Con el riesgo de la alegoría pisándole los talones, la novela de
Mairal es “la” novela de la crisis colectiva de 2001, aligerada por su humor
irónico y por el ritmo de una narración que no se detiene.
Publicado en Ñ, 16/12/11
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