Historias de poliladron - Entrevista a Lila Caimari
publicada en
revista Ñ el 6/8/12
Por
Alejandra Rodríguez Ballester
Fruto de
cierto tabú, los archivos policiales fueron, durante años, catacumbas a las que
no osaban descender historiadores ni cientistas sociales que, temerosos del
contacto con una institución “impura”, la relegaban como objeto de estudio. Con
ánimo desprejuiciado y consciente del valor documental de esos archivos, la
historiadora argentina Lila Caimari se internó en sus profundidades con la
sagacidad y la determinación de la joven detective de El silencio de los inocentes, que fue capaz de vencer la
resistencia de Hannibal the Cannibal y salir airosa de su empresa. Orientada
por las reflexiones sobre territorio y población del último Foucault -quien
llama la atención sobre el rol de la policía en el “gobierno de los hombres y
las cosas”, y sobre su relación con el control del espacio y la circulación-
Caimari subraya que el estudio de la policía implica reconocer técnicas de
intervención en el espacio urbano y está imbricado fuertemente con la historia
de la ciudad. En un cruce entre periodismo, literatura y transformación urbana,
Caimari se interroga tanto por las representaciones de la policía de esa época
como por sus prácticas, en un enfoque orientado por la historia cultural. Es
por este motivo que “Mientras la ciudad duerme. Pistoleros, policías y
periodistas en Buenos Aires, 1920-1945” puede ser leído como un nuevo aporte a
la historia de la modernización de Buenos Aires en las primeras décadas del
siglo, pero también como una narración apasionante acerca del “nuevo crimen” a
punta de pistola, que la prensa de la época relata con ribetes hollywoodenses,
y también como una arqueología que reconstruye la constitución de un orden
callejero y barrial a partir del accionar “pastoral” de la policía. Todo esto condimentado por hallazgos de
archivo que incluyen desde melodramas hasta radioteatros escritos por
comisarios, que lograron “ratings” de audiencias sostenidos por décadas.
En una
entrevista que comenzó en el posgrado de la Universidad de San Andrés y siguió
en la mesa de un bar, Lila Caimari expuso hallazgos e ideas que fueron
surgiendo en años de investigaciones, por caminos diversos que encontraron, en
un momento, su lugar de encastre en el puzzle de la historia. “Uno puede construir
una voz para hablar del pasado”, afirma Caimari, que manifiesta su deliberado
manejo de los resortes discursivos cuando se le señala la fuerte impronta
narrativa de sus textos. “Soy sobre todo una historiadora cultural”, se define.
“Tengo un diálogo muy fluido con colegas antropólogos, etnógrafos y sociólogos
que estudian a la policía desde otras ópticas, pero lo mío son estas mezclas
que hago, en un cruce fuerte con la historia cultural”.
- ¿Cuáles
son las preguntas iniciales que te guiaron en tu estudio del delito y la
policía en la Buenos Aires de entreguerras?
- Yo venía
haciendo historia del delito previamente y, en un momento, encuentro que en
este período hay transformaciones que, vistas en conjunto, dibujan un momento
de cambio relacionado con la modernización del escenario urbano. Desde la
historia del delito y la policía es una etapa en la que la modernización
técnica y material introduce transformaciones absolutamente cruciales. Por un
lado, las prácticas del mundo delictivo y el nuevo fenómeno del pistolerismo.
Me interesa el delito vinculado a la modernización y al consumo, un delito de
época, vinculado a fantasías de ascenso social. La versión del asaltante
motorizado que rompe códigos. Los pistoleros hacen una apropiación insolente
del automóvil, que es el objeto fetiche de la sociedad de los años 20. Y desde
el punto de vista de la policía, también hay una incorporación de una serie de
tecnologías que permiten monitorear el espacio urbano. La policía por primera
vez en estos años comienza a imaginar que su misión coincide con el perímetro
de la ciudad de Buenos Aires. Y esa transformación es defensiva: la vigilancia
y el mantenimiento del orden puertas adentro pero también una definición de ese
orden que se formula por oposición al desorden puertas afuera, el Gran Buenos
Aires como latencia de ilegalidad, una noción tan naturalizada que, sin
embargo, no existió siempre. Me interesa mostrar en qué momentos aparece y
vinculada a qué figuras y discursos.
-
¿Ese
era el espacio al que aludía, en relación con un tiempo pasado, el arrabal
borgiano?
-
El
del Borges es el arrabal incrustado en ciertos barrios que son porteños, él
mira hacia atrás, hacia un pasado vinculado al cuchillo. A mí me interesa un momento en que la figura
delictiva dominante está vinculada a modelos de masculinidad más tecnologizada,
al automóvil, que aporta movilidad. Es una geografía del delito mucho más
difusa. Cambian los lugares de la amenaza. Empecé interesándome en esta
transformación a la luz de una bibliografía que habla de la modernización de
Buenos Aires y de la cultura, que tiende a ser optimista en relación al cambio.
Me interesaba mostrar una dimensión menos conocida. Y esa pregunta me llevó a
inspeccionar el archivo policial.
-
¿Qué
nuevas perspectivas te dio ese contacto con el archivo policial?
-
Los
archivos policiales dicen mucho sobre la historia de la ciudad, de la sociedad.
¡Son un viaje de ida! Hablan del delito y de la policía pero sobre todo, hablan
de la ciudad. Me dí cuenta de que los podía explotar en direcciones que no
había previsto. Podía entender cómo se instalaban lógicas territoriales. La
policía funciona con esas lógicas y por lo tanto produce discursos sobre la
calle, sobre la topología urbana.
-
En
tu libro señalás que hubo una relación estrecha entre esa policía barrial y la
cultura popular. ¿En qué consiste ese nexo?
-
Es
un vínculo muy fuerte. Tiene que ver con la práctica policial callejera y con
el origen social de la tropa. La policía está en contacto con una cantidad de
fenómenos y prácticas populares. La idea de que la policía persigue delincuentes es una idea moderna pero detrás
de esta definición hay una enorme dispersión de las prácticas. Una de sus
tareas principales tiene que ver con la vigilancia de las costumbres, el rol
tradicional de resguardo del orden.
-
El
vigilante de la esquina…
-
Sí,
es una figura que tiene apoyatura histórica, el policía humano, vinculado al
orden barrial, que hoy se recuerda de manera nostálgica como parte de una era
dorada. Hay una diseminación en la ciudad de policías que observan, vigilan y
conviven con toda clase de prácticas populares, desde el baile de fin de
semana, hasta el fútbol, el tango, la
quiniela, la prostitución, etc. El vínculo de vigilancia con esas prácticas se
dibuja en una frontera gris, hecha de coerción pero también de negociación y
corrupción. Ahora, cuando voy al archivo me encuentro con miles de revistas
policiales, revistas empapadas de la cultura popular. Imágenes, referencias al
tango, a la milonga, a la farándula cinematográfica… Son revistas de
entretenimiento de la tropa, más desacartonadas, que conviven con las revistas
oficiales, más serias. Una de ellas duró un cuarto de siglo, Magazín policial, que después cambió el
nombre a Radiópolis porque pasó a
promover un radioteatro que escribía un comisario. Y otra cuestión tiene que
ver con la masculinidad policial, es el cultivo de la distinción rea. El
policía exhibe el conocimiento del mundo popular, la experiencia de la calle.
Los policías hacían glosarios de lunfardo para conocer la jerga gremial de los
delincuentes, el conocimiento de esos términos del bajo fondo forma parte de
las credenciales de distinción rea puertas adentro. Ese es un tema en el que
estoy trabajando ahora. Hay una apropiación selectiva de la cultura popular que
muta de sentido al ser reapropiada.
-
¿Cómo
se da la relación de la policía con el periodismo?
-
Es
una relación compleja, hay pactos y también mucha competencia.
-
Vos
marcabas que hay un relato de la policía que se filtra a través de la prensa.
-
Sí,
exactamente. En un principio, por influencia de la crítica literaria, miraba
más la transformación que los grandes periodistas o escritores hacían del
relato policial. Pero a mí me interesa más el periodista promedio. En esa cosa
más de rutina, siguiendo la “mostacilla” cotidiana, del pequeño delito,
cotejando esto con los archivos policiales, lo que encuentro es que hay
elementos importantes de las versiones policiales que pasan a la prensa con
pocos cambios. En ese sentido, mi impresión es que la policía de la Capital fue
exitosa en su relación con la prensa porque gran parte de su punto de vista
pasa a los grandes diarios.
-
¿En
torno a qué temas se ve ese punto de vista?
-
Por
ejemplo, en la noción de que la policía de la capital tiene derecho a
intervenir por fuera de su jurisdicción legal. La policía primero y luego los
diarios naturalizan una esfera de intervención que es casi nacional pero que,
como mínimo, abarca el Gran Buenos Aires. Las noticias que informan que la
policía va acá o allá, se cuentan sin ningún comentario sobre la transgresión
flagrante que esto significa. Esto prepara la federalización de la policía que
sigue teniendo un punto de vista archiporteño. La noción de una amenaza que
está en las afueras, está vinculada a cierto orden de noticias. La Buenos Aires
babélica de 1900 ya es inaceptable en 1930, los garitos abiertos, los burdeles
ya no están en la capital. Se desplazan al Gran Buenos Aires. Y encuentro que
esto se vincula con la organización del entretenimiento, con la noción del
suburbio como un lugar de ocio, que alberga desde el picnic de fin de semana,
el aire libre, a una cantidad de prácticas ilegales. Hay un mercado de apuestas
clandestinas importante por estar pegado a la ciudad más próspera: los clientes
van y vienen en sus nuevos autos. Se mueve muchísimo dinero.
-
¿Cuál
es la influencia del cine en la representación de la nueva delincuencia?
-
La
mundialización de ciertas figuras delictivas a través del cine de Hollywood,
como la figura del gangster, proyecta sobre personajes locales atributos que
están estilizados en el cine. El cine también es un berretín de época, es
imposible hablar de los años 30 sin mencionar la pasión por el cine sonoro. Y
la figura del pistolero tiene fuertes connotaciones cinematográficas, en una
nueva manera de describir al delincuente y de narrar el delito. Aquí sí me
refiero a la creatividad periodística. Por oposición a las crónicas de
principios de siglo, más ligadas a la literatura naturalista con muchas
resonancias médicas, en los ‘30 encuentro un lenguaje mucho más conectado con
el mundo del espectáculo que con el mundo de la ciencia o la literatura. Hay
una práctica delictiva, la de los pistoleros, que se adapta muy bien a estos
lenguajes y por eso es muy de época.
-
¿Qué
diferencia nuestro presente de la época que retrata tu libro?
-
Aquellas
visiones presentaban al delito como fruto de la sociedad que lo producía, pero
esto no amenazaba su optimismo con respecto al futuro. Hoy los pedidos de
justicia están formados por un imaginario más escéptico. Se pide justicia con
más pasión que nunca pero se cree en ella menos que nunca.
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