Entrevista a Diana Dowek
Por Alejandra Rodríguez Ballester
Una multitud en la revuelta. Cuerpos en movimiento, siluetas
que se persiguen, caen, arrojan piedras, esquivan palos, entre banderas que
flamean y una bruma blanca que envuelve y congela la imagen como si fuese el
fotograma de una película. De indescriptible belleza, esta es la tapa del libro
“Diana Dowek. La pintura es un campo de batalla”, un libro que permite recorrer,
desde sus inicios, la producción de esta artista para quien la propia vida se
confunde con los acontecimientos que marcaron la historia del país.
“La pintura, para mí, es como escribir, a la vez, un diario
de mi vida y un diario del país en imágenes”, reflexiona Diana Dowek, en su
estudio, mientras hojeamos este libro con textos de José Burucúa, Ana P. de Quiroga y Martina Della
Stella, diseñado por Alfredo Saavedra y Esteban J. Rico. Distinguida el año
pasado con el Premio a la Trayectoria del Fondo Nacional de las Artes, la
muestra que corresponde a ese premio –Memorias Urbanas- se realiza en estos días
en la Casa de la Cultura, del FNA. Tanto el libro como la muestra, fueron
curados por Kekena Corvalán, investigadora focalizada en la tarea de las
artistas mujeres y su visibilidad.
“En la obra de Diana, me interesa la transformación de la
realidad a través de la figuración. Esto de sostener un pincel durante 50
años, sostener la misma actitud, me
conmueve profundamente,” dice Kekena, que contrasta esta postura con la
banalización de la imagen muy en boga en cierta producción artística contemporánea.
Kekena destaca la relación de la obra de Diana con la fotografía -ella capta la
realidad a través de la cámara y después hace una transferencia a la tela-, que
trabaja en el límite siempre conflictivo entre pintura y fotografía.
Puede decirse que el libro despliega el devenir de un arte
constantemente interpelado por la vida pública y que la muestra revela algo así
como el “detrás de escena”, el proceso de construcción de la obra, las lecturas
y los bocetos que la sustentan.
“Mi principal preocupación siempre fue cómo encontrar las
claves para simbolizar lo que estaba pasando”, dice Diana. Dar vuelta una
página es, de pronto, zambullirse en los 60, en la guerra de Vietman y el
activismo opositor que también tuvo su expresión en la Argentina.
En relación con cada momento, Diana cuenta una historia de
militancia artística: “En el 66 participé del Homenaje a Vietnam, organizado
por León Ferrari y en el 67 hicimos la muestra Malvenido Rockefeller,” recuerda
mientras contemplamos una imagen muy pop, el cuerpo Raquel Welch en bikini
envuelta en la bandera de EEUU, que deja ver en su vientre imágenes de la
guerra. Con el paso de esa década
agitada, las preocupaciones por lo internacional fueron dando lugar, de manera
excluyente, a lo que pasaba en el país.
“Yo estuve inmersa en el Cordobazo, en el Viborazo. Eran
épocas muy fuertes. Las muchedumbres y la insurrección estaban a la orden del día”,
cuenta Diana, recordando los actos relámpago que hicieron en Florida y Córdoba,
con las fotos de los muertos del Rosariazo, y también el “Contra-salón”, en
1972, para protestar por la censura en el Salón Nacional en 1971. Esa época está
reflejada en la serie “Lo que vendrá”, a la que pertenece la imagen de la tapa
del libro. Muchedumbres en lucha, la
revuelta plasmada con la técnica del stencil, la técnica urgente de la
expresión política, con una impronta cinematográfica.
Más inquietantes y oscuros son los enigmáticos paisajes
verdes, fechados en 1976, que encierran secretos ominosos. Es tiempo de
dictadura, la expresión se vuelve elíptica y paranoica: en medio del verde, un
espejito retrovisor refleja un Falcon, o
un cuerpo muerto. “Quería mostrar un paisaje en el que aparentemente no
pasaba nada…”, recuerda Diana.
De esa época provienen las imágenes de cuerpos alambrados,
edificios encerrados bajo una trama opresiva, pero también un alambrado abierto, agujereado.
“Llegó un momento en que me había encerrado a mí misma. ¿Si la tela está
clausurada cómo hacés para saltar? Y me dí cuenta de que el mismo elemento que
encierra puede abrir,” señala, recordando los días en que exponía esos cuadros
en la dictadura y esos alambres abiertos eran un llamado a la resistencia: en
Santa Fé el público hizo una colecta para comprar el cuadro. En esa época el
arte geométrico era el arte oficial –“los artistas viajaban con Videla”, señala-
pero Jorge Glusberg hizo un lugar en el Cayc para lo que él bautizó como “La
posfiguración”, donde estaban Diana, Norberto Gómez, Alberto Heredia y otros.
La obra de Diana oscila entre mostrar al ser humano y su
ausencia. De la década del 90 datan las imágenes de edificios públicos
fraccionados, eclosionando, así como las vallas, más recientes, aluden tanto el intento de represión como a la fuerza
de la resistencia. Su producción más reciente, presente en la muestra del FNA,
toma a la minería a cielo abierto como tema, y las máquinas cobran
protagonismo.
Al final de la entrevista hablamos de los límites de la
representación. Diana destruyó obras relacionadas con las heridas del proceso
porque traspasaban una frontera. “¿Hasta dónde podés ser cruel?”, se interroga.
Y le pregunto si debe haber un límite para la belleza cuando se denuncia una
realidad injusta. “Sí, hay una contradicción: si la obra es demasiado bella, el
otro se puede quedar en lo estético. Tu forma tiene que ser lo suficientemente
bella para atraer al espectador pero lo suficientemente crítica para que no se
deje atrapar por el sentimiento. Es lo que decía Brecht, tiene que haber un
distanciamiento. Pero debe ser arte. El Guernica es un alegato contra la guerra
porque es arte.”
FICHA MUESTRA
“Memorias Urbanas”
Casa de la Cultura-FNA
Rufino de Elizalde 2831, CABA
Martes a domingo, 15
a 20 hs.
Entrada libre y gratuita
Informes: 4808-0553 / 4804-9966
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