domingo, 7 de febrero de 2016

Largas cartas desde París

Reseña de "El azul de las abejas" (Edhasa) de Laura Alcoba

Con la originalidad de la infancia para plantear siempre un punto de vista descentrado, Laura Alcoba narra, en El azul de las abejas , la experiencia del exilio. Una experiencia particular, con el sello que imprime al relato de los 70 la mirada nueva de la generación de los hijos.
“Mi viaje comenzó en alguna parte detrás de mi nariz”, es la frase que inaugura la novela, y que condensa esa experiencia como una travesía al encuentro de otra lengua.
Sin nostalgia por lo que se deja atrás –quizá porque lo que se abandona es sobrecogedor– y más allá del dolor –pudorosamente elidido–, la novela narra el descubrimiento de un nuevo territorio cuya clave secreta es esa lengua desconocida, extraña y seductora “que deja caer los sonidos y a la vez los retiene, como si en el fondo no estuviera muy segura de querer liberarlos”.
No casualmente, esa será la lengua literaria adoptada por la autora: El azul de las abejas fue escrito en francés como las anteriores novelas de Laura Alcoba y fue traducida al castellano por Leopoldo Brizuela (a la vez, Alcoba es la traductora de Brizuela al francés). Y si el tema del exilio tiene raíz profundamente argentina, ese camino a través de dos lenguas ubica a Alcoba junto a los escritores extraterritoriales a los que se refería George Steiner, que producen literaturas fuera de lo nacional, literaturas menores en relación con esa lengua mayor en la que escriben.
“Progresivamente, todo acto de comunicación humana se convierte en traducción”, señalaba Steiner, y en esta novela, son múltiples los caminos de la traducción.
La historia del trauma, el desgarro del exilio sería la “historia segunda”, que emerge cada tanto en la narración de la iniciación y el descubrimiento.
El azul de las abejas sigue la línea argumental de La casa de los conejos , la primera novela de Alcoba, que relata la vida de una nena en la clandestinidad de los padres guerrilleros, un punto de vista infantil que se convierte en la crítica más punzante e imprevista de la experiencia setentista.
En El azul de las abejas , las visitas al padre que está en la cárcel serán reemplazadas, luego de la partida a Francia, por el intercambio epistolar. Y por la lectura. “Como mi padre sabe que a mí me gusta mucho leer, pensó que podíamos leer ciertos libros los dos al mismo tiempo.” Ella lo hará en francés y él en castellano. Entre los libros propios o los que le prestan otros presos, el padre encuentra el ensayo La vida de las abejas , de Maurice Maeterlinck, y ambos se embarcan en esa lectura/traducción compartida que, por momentos, logra eclipsar el fantasma ominoso de la prisión.
La dura condición del refugiado emerge en los detalles en los que se detiene la mirada infantil. El barrio al que van a vivir no tiene el glamour del París de los libros de idiomas, la ropa de segunda mano con la que debe vestirse la hace sentir extraña o un poco ridícula. Con una escritura mesurada, que domina las sutilezas de la alusión, Laura Alcoba transita el dolor y las heridas del pasado pero también la vitalidad del presente, la urgencia por decodificar modales, costumbres, códigos, por dominar la lengua, que absorbe a la protagonista.
Dominar esa lengua al punto de que es posible pensar en ella y traducirla, traducir al padre los libros nuevos, descubiertos en ese idioma recién aprendido.

Alejandra Rodríguez Ballester. Reseña publicada en la revista Ñ, 3/11/14

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