domingo, 7 de febrero de 2016

“El idioma francés me permitió salir del silencio argentino ”

laura alcoba
Laura Alcoba. Foto: Daniel Rodríguez

Es argentina pero escribe en francés, la lengua que aprendió a los 10 años para viajar a Francia a reunirse con su madre exiliada, mientras su padre permanecía en el país, preso bajo la dictadura. Desde su primera novela, La casa de los conejos, Laura Alcoba representa una voz peculiar que, al narrar la infancia en el contexto de la clandestinidad y la lucha armada aporta una nueva perspectiva sobre los sucesos de los 70, la de quienes entonces eran demasiado pequeños para tener voz. Así se suma a una generación de escritores hijos de militantes, como Félix Bruzzone o Raquel Robles, que aportan una mirada nueva desde su experiencia y su sensibilidad.
En El azul de las abejas, Alcoba, que vive en Francia y es traductora y editora de la prestigiosa editorial Seuil, narra el exilio como el encuentro misterioso y seductor con la lengua francesa. Y, sobre todo, el encuentro con la literatura a través de la relación epistolar con su padre en la cárcel, quien le había propuesto un juego: que leyeran ambos el mismo libro, ella en francés, él en castellano. Así, a través de esa correspondencia pautada por la censura carcelaria, se mantiene una conversación sobre libros que resulta fundante para la escritora. En la entrevista mantenida en Buenos Aires a propósito de la publicación de este nuevo libro se refirió a los detalles biográficos que lo sustentan y al misterio de que, siendo argentina y tocando temas tan argentinos, persista en su elección de escribir en francés.
-      _    Así como La casa de los conejos  muestra una visión distinta sobre la militancia de los 70, en El azul de las abejas, que narra el exilio, aparece una mirada muy poco nostálgica, más tendida hacia el futuro que hacia el pasado.
-          Sí, plenamente, porque es a la vez la historia de un desarraigo y de un nuevo arraigo.
-       _   ¿Esto responde a una elaboración literaria o fue así tu vivencia de niña?
-          Ambas cosas, ambas novelas trabajan un material autobiográfico pero no tienen un objetivo autobiográfico. Es la experiencia de una niña que llega a esa situación sin haberla elegido,  algo que estaba también en La casa de los conejos, no se trataba de hablar de una militancia que no era la mía pero estaba ahí. Es una historia que no decidiste, que no controlás, pero estás adentro plenamente, aun más porque sos un niño. Y al mismo tiempo, la necesidad de encontrar un lugar, encontrar una voz, un nuevo idioma.
-     _     ¿Cuál fue el disparador de esta “parte dos”?
-          El libro salió de una caja que trasladé conmigo durante años y que no había vuelto a abrir. Allí estaban las cartas que mi padre me mandó cuando estaba en la cárcel. Fue un viaje en el tiempo para mí clasificar esas cartas que no había vuelto a leer desde el 79. Es una correspondencia muy extraña porque nunca se habla de la cárcel, se habla de libros. Fue la manera en que mi padre logró ser mi padre durante ese tiempo, transmitirme algo muy fuerte. Recién la abrí después de una entrevista con un periodista francés que me preguntaba de dónde venía mi amor por los libros.
-     _     Así como se habla de lengua materna, la literatura parece tener, para vos, una genealogía paterna.  
-          Entré en la lectura en ese momento, claramente, para que existiera esa relación con mi padre, porque él me daba deberes de lectura, ¡delirantes! En eso era entrañable. A veces hay cosas que uno no entiende nada o muy poco y, a pesar de eso, te dejan una huella, te cambian. Él me propone leer un libro de Maeterlink, un ensayo sobre apicultura con pretensiones filosóficas. ¡Imposible! Igual, yo llegaba hasta la última línea porque quería demostrar que lo había hecho. De eso quedó en mi recuerdo el color azul, quizás porque era lo único que había entendido. La lectura es, en la novela,  ese lugar de relación con el ausente. Durante ese momento mi padre fue mi padre y me transmitió algo esencial.
-         _ La novela también es un relato de la relación con la lengua francesa.
Sí, es una relación que sucede en la mente y en el cuerpo, al mismo tiempo. Entrar en otro idioma es una experiencia mental y física. El libro es un viaje dentro de la lengua francesa, es un viaje lingüístico.
-      _    Decís de que los franceses siempre se guardan algo…, en tu escritura también hay como una contención.
-          Sí, una contención que a mí me gusta en literatura, es lo que busco, que  afloren ciertas cosas y que otras estén sonando o resonando y que haya que aguzar el oído para captarlas. 
-       _   Es interesante la sociedad de niños que se va armando, como un club de minorías.
-          Es que vivíamos en los suburbios, eso es llegar a Francia para mucha gente, estás afuera todavía. El glamour era de las tarjetas postales, hay un desfase entre lo imaginado y la realidad. En Francia, la novela tuvo un impacto muy lindo y me siguen llegando cartas de gente que se reconoce. La experiencia del arraigo y el desarraigo.
-    _      ¿Te cuesta hablar con tus padres de la experiencia de los 70?
-          Sí, no mantenemos un discurso sobre ese pasado. Pero pasó algo muy lindo. Mi padre vive en Barcelona, y antes de publicar la novela se la mandé. Antes, me preguntó cuál era el título y entendió en seguida de qué se trataba.
-      _    ¿Por qué elegiste escribir en francés?
-          Es algo natural para mí, pero creo que con el francés me siento mucho más libre. En La casa de los conejos cuento el pacto de silencio en el que viví en mi infancia, el miedo a hablar, es terrible salir de eso. Ese “tenés que callarte” es muy difícil cuando sos chico. El idioma francés fue, creo, lo que me permitió tener esa distancia y hablar de ese silencio argentino. En El azul de las abejas aparece el silencio del francés, pero es un silencio lúdico, es un camino que permite salir del encierro verbal.

Entrevista publicada en Ñ el 16/10/14

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