Laura Alcoba. Foto: Daniel Rodríguez
Es argentina pero escribe en francés, la lengua que aprendió a los 10 años para viajar a Francia a reunirse con su madre exiliada, mientras su padre permanecía en el país, preso bajo la dictadura. Desde su primera novela, La casa de los conejos, Laura Alcoba representa una voz peculiar que, al narrar la infancia en el contexto de la clandestinidad y la lucha armada aporta una nueva perspectiva sobre los sucesos de los 70, la de quienes entonces eran demasiado pequeños para tener voz. Así se suma a una generación de escritores hijos de militantes, como Félix Bruzzone o Raquel Robles, que aportan una mirada nueva desde su experiencia y su sensibilidad.
En El azul de las
abejas, Alcoba, que vive en Francia y es traductora y editora de la
prestigiosa editorial Seuil, narra el exilio como el encuentro misterioso y
seductor con la lengua francesa. Y, sobre todo, el encuentro con la literatura
a través de la relación epistolar con su padre en la cárcel, quien le había
propuesto un juego: que leyeran ambos el mismo libro, ella en francés, él en
castellano. Así, a través de esa correspondencia pautada por la censura
carcelaria, se mantiene una conversación sobre libros que resulta fundante para
la escritora. En la entrevista mantenida en Buenos Aires a propósito de la
publicación de este nuevo libro se refirió a los detalles biográficos que lo
sustentan y al misterio de que, siendo argentina y tocando temas tan
argentinos, persista en su elección de escribir en francés.
- _ Así como La
casa de los conejos muestra una
visión distinta sobre la militancia de los 70, en El azul de las abejas, que narra el exilio, aparece una mirada muy
poco nostálgica, más tendida hacia el futuro que hacia el pasado.
-
Sí, plenamente, porque es a la vez la historia
de un desarraigo y de un nuevo arraigo.
- _ ¿Esto responde a una elaboración literaria o fue
así tu vivencia de niña?
-
Ambas cosas, ambas novelas trabajan un material
autobiográfico pero no tienen un objetivo autobiográfico. Es la experiencia de
una niña que llega a esa situación sin haberla elegido, algo que estaba también en La casa de los conejos, no se trataba de
hablar de una militancia que no era la mía pero estaba ahí. Es una historia que
no decidiste, que no controlás, pero estás adentro plenamente, aun más porque sos
un niño. Y al mismo tiempo, la necesidad de encontrar un lugar, encontrar una
voz, un nuevo idioma.
- _ ¿Cuál fue el disparador de esta “parte dos”?
-
El libro salió de una caja que trasladé conmigo durante
años y que no había vuelto a abrir. Allí estaban las cartas que mi padre me
mandó cuando estaba en la cárcel. Fue un viaje en el tiempo para mí clasificar esas
cartas que no había vuelto a leer desde el 79. Es una correspondencia muy
extraña porque nunca se habla de la cárcel, se habla de libros. Fue la manera
en que mi padre logró ser mi padre durante ese tiempo, transmitirme algo muy fuerte.
Recién la abrí después de una entrevista con un periodista francés que me
preguntaba de dónde venía mi amor por los libros.
- _ Así como se habla de lengua materna, la
literatura parece tener, para vos, una genealogía paterna.
-
Entré en la lectura en ese momento, claramente,
para que existiera esa relación con mi padre, porque él me daba deberes de
lectura, ¡delirantes! En eso era entrañable. A veces hay cosas que uno no
entiende nada o muy poco y, a pesar de eso, te dejan una huella, te cambian. Él
me propone leer un libro de Maeterlink, un ensayo sobre apicultura con
pretensiones filosóficas. ¡Imposible! Igual, yo llegaba hasta la última línea
porque quería demostrar que lo había hecho. De eso quedó en mi recuerdo el
color azul, quizás porque era lo único que había entendido. La lectura es, en
la novela, ese lugar de relación con el
ausente. Durante ese momento mi padre fue mi padre y me transmitió algo
esencial.
- _ La novela también es un relato de la relación
con la lengua francesa.
Sí, es una relación que sucede en la mente
y en el cuerpo, al mismo tiempo. Entrar en otro idioma es una experiencia
mental y física. El libro es un viaje dentro de la lengua francesa, es un viaje
lingüístico.
- _ Decís de que los franceses siempre se guardan
algo…, en tu escritura también hay como una contención.
-
Sí, una contención que a mí me gusta en literatura,
es lo que busco, que afloren ciertas
cosas y que otras estén sonando o resonando y que haya que aguzar el oído para
captarlas.
- _ Es interesante la sociedad de niños que se va
armando, como un club de minorías.
-
Es que vivíamos en los suburbios, eso es llegar
a Francia para mucha gente, estás afuera todavía. El glamour era de las
tarjetas postales, hay un desfase entre lo imaginado y la realidad. En Francia,
la novela tuvo un impacto muy lindo y me siguen llegando cartas de gente que se
reconoce. La experiencia del arraigo y el desarraigo.
- _ ¿Te cuesta hablar con tus padres de la
experiencia de los 70?
-
Sí, no mantenemos un discurso sobre ese pasado.
Pero pasó algo muy lindo. Mi padre vive en Barcelona, y antes de publicar la
novela se la mandé. Antes, me preguntó cuál era el título y entendió en seguida
de qué se trataba.
- _ ¿Por qué elegiste escribir en francés?
-
Es algo natural para mí, pero creo que con el
francés me siento mucho más libre. En La
casa de los conejos cuento el pacto de silencio en el que viví en mi
infancia, el miedo a hablar, es terrible salir de eso. Ese “tenés que callarte”
es muy difícil cuando sos chico. El idioma francés fue, creo, lo que me
permitió tener esa distancia y hablar de ese silencio argentino. En El azul de las abejas aparece el
silencio del francés, pero es un silencio lúdico, es un camino que permite
salir del encierro verbal.
Entrevista publicada en Ñ el 16/10/14
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