Entrevista a Joao Gilberto Noll
Personajes solitarios, escindidos del mundo, que transmiten una inadecuación radical, y cuya identidad parece disolverse paulatinamente. Seres que atraviesan escenarios contemporáneos, ciudades cosmopolitas como Londres o Boston, en un estado de profundo extrañamiento, que transitan el borde difuso de la irrealidad, el delirio o la amnesia. Estos son los personajes que habitan las novelas del Joao Gilberto Noll, uno de los escritores brasileños más reconocidos del momento, que por estos días participa del III Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (FILBA). Comparado con frecuencia con Beckett y Camus, Noll hace una crítica profunda de la sociedad globalizada y carente de utopías del siglo XXI partiendo del desasosiego existencial de su personaje.
De aspecto
tímido, con un gesto reconcentrado ante cada respuesta, Noll afirma que el
origen de su literatura es íntimo y compulsivo. “Escribo a partir de mi
inconsciente. Para mí, el mundo interior es más desarrollado que el mundo externo.
Escribo para dar drenaje a ese mundo, para no enloquecer. La literatura es una
forma de salvación personal. Y esto confluye, creo, con las cuestiones del mundo
actual.”
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Ese
personaje errante, en viaje, que va perdiendo su identidad, tiene mucho que ver
con las migraciones, con la desterritorialización del mundo globalizado. ¿Es
allí donde ve el nexo con lo contemporáneo?
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Sí,
es una búsqueda insana de alguna cosa que mi personaje no consigue nombrar.
Creo que coincide con un escenario de la época: cuando yo comencé a escribir,
en los 80, el mundo se vaciaba de utopías. Mi personaje va en busca de algo que
pueda sustituir la pérdida de ese vacío. No lo encuentra, porque es un hombre
solitario. Generalmente no tiene nombre, es un ser vaciado de identidad. Yo
viví una adolescencia muy difícil, bastante antisocial, lo que escribo no es
una autobiografía pero este hombre habita en mí. Lo mueve un deseo profundo de
contemplación en un mundo donde la acción productiva es la norma. Su drama está
allí, en la imposibilidad de contemplación. La novela es la búsqueda de algo
que pueda trascender la mediocridad de lo cotidiano. La literatura es una forma
de resistir.
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Este hombre, que se va desligando de todas las marcas sociales de su identidad,
sin embargo parece encontrar algo que tiene que ver con el cuerpo.
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Para
los personajes que viven dentro de este límite, el cuerpo es lo único que puede
referenciar la vida, su resistencia. El cuerpo es una cosa vital para esos
hombres destituidos. Son un lamento mis libros. Un convite para que el hombre
pueda pensar en una nueva dimensión de la realidad menos funcional y más
humana.
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Sin
embargo, aunque hay sufrimiento, también se percibe una mirada crítica y a
veces algo de humor, el absurdo.
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Para
mí este absurdo es algo posterior. No pienso que soy un escritor del sarcasmo
porque el contenido dramático es muy fuerte pero cuando me releo encuentro un
humor nada fino, nada británico, un humor grotesco.
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Usted
ha hablado de su interés por Ernesto Sábato y ahora veo cierta relación con sus
ideas más que con su literatura.
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No
me gusta mucho la ficción de Sábato, sino un libro de ensayos: “El escritor y
sus fantasmas”. Crecí en los 60 y 70, fui un chico marxista, y este libro de
Sabato me liberó un poco del sentimiento culpable por querer hablar en la
literatura de las cosas existenciales, de la soledad. Yo pienso que la soledad
es un tema político. La literatura para mí es señalar la crisis, es decir: el
mundo podría ser mejor.
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En
ese personaje suyo también hay un deseo de transformación, de devenir otro; la
temática “trans” también es muy contemporánea.
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Sí,
hay un deseo profundo de ser otro, está fatigado de sí mismo, con certeza. La
literatura somatiza las cuestiones de la contemporaneidad. La sociedad ofrece
esta posibilidad de ser otro a través de cirugías plásticas, tantas cosas. Muchas
veces para criticar en la literatura existe una atracción perversa por el
objeto de crítica, como este deseo de ser otro, el propio personaje está
contagiado de ese deseo. La literatura es perversión.
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No
es cerebral.
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Yo
no soy un escritor cerebral, sino pulsional. No escribo siguiendo ideas
preexistentes.
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¿Cómo
empieza a escribir un texto?
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Empiezo
un poco como un ciego, no sé sobre qué quiero escribir, es el propio lenguaje
el que me guía. El lenguaje tiene una fuerza estructurante para llegar al tema.
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¿Qué
escritores brasileños siente más afines? ¿Y argentinos?
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Clarice
Lispector, me gusta mucho esta mezcla entre poesía y prosa. El ritmo, la
materialidad de la lengua es importante para mí. La renovación de la prosa
viene de su posibilidad poética. Y de los argentinos, Cortazar, como cuentista
tuvo una influencia importante en mi formación.
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De
los escritores contemporáneos, ¿cuáles le interesan?
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El
austríaco Thomas Bernhard, su virulencia, su vehemencia anárquica, me encantan.
Yo soy más pacifista, pero me gusta su visión del mundo, es completamente
refractario a la realidad. Yo no soy así, mi personaje tiene una ira pero está sediento
de un momento de comunión con los otros. Y de los escritores más jóvenes, me
gusta mucho Daniel Galera y Marcelino Freire. Hay un movimiento literario muy
fuerte en Brasil actualmente.
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En
su página web se ven muchas tesis escritas sobre sus textos, ¿qué siente al
leerlas?
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Me
siento muy bien, es la trascendencia de la soledad del trabajo literario.
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¿Y
el Filba, qué significa para usted que ha escrito sobre la soledad del intelectual
en un territorio ajeno?
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Es
muy alentador participar de un evento representando a mi país. Veo que vale la
pena, porque el escritor trabaja para llegar al otro. Ahí está la resistencia,
el escritor puede llegar al otro, puede haber un aporte. Yo no escribo como un
acto solipsista.
Alejandra Rodríguez Ballester
publicada en Clarín el 15/9/11, en versión más breve, título: "La literatura busca trascender la mediocridad de lo cotidiano"
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