lunes, 21 de junio de 2021

La pesca del día. "El gran surubí" de Pedro Mairal, una novela gráfica con ecos del Martín Fierro


 Por Alejandra Rodríguez Ballester. (Revista Ñ, 19/06/21

De manera onírica, con sujetos y territorios desplazados, como en los sueños, sin gauchos ni desierto, los ecos del Martín Fierro se pueden percibir de manera sutil, entreverados con otras voces, en El gran surubí de Pedro Mairal. Esta novela gráfica, ahora reeditada, fue escrita en sesenta sonetos y publicada por entregas en 2012 en la revista Orsai. Llegó al soporte libro en 2013, en una edición casi lujosa, apaisada, con ilustraciones de Jorge González. La versión actual, publicada por Emecé, es mucho más austera, con dibujos en blanco y negro de Pedro Strukelj, en un libro de formato tradicional.

En 2005, Mairal había publicado El año del desierto, su segunda novela, una distopía que se internaba en la historia y la tradición literaria argentinas, para narrar una involución, el retroceso del país desde el siglo XXI al XIX, desde la ciudad hacia el desierto, desde la civilización hacia la barbarie y hacia el matadero. Ambos relatos están emparentados por el salto al pasado literario para iluminar zonas del presente, un presente signado por la crisis y la amenaza latente del autoritarismo y la violencia de Estado.

En cada reescritura del poema nacional se pueden identificar no solo obsesiones autorales sino lecturas de época. Borges quiso volver sobre el episodio canalla del gaucho de Hernández -la muerte arbitraria del Moreno - para hacer justicia poética en El Fin; también revisitó en su Biografía de Tadeo Isidoro Cruz esa noche memorable y única en que el sargento Cruz se reconoce en el gaucho desertor, comprende su destino y cambia de bando. Son las reescrituras de un lector sagaz y exquisito. Entrado el siglo XXI, Gabriela Cabezón Cámara eligió escribir lo que faltaba: el personaje de la mujer de Fierro, invisibilizado en el relato del siglo XIX, cobra protagonismo en sus Aventuras de la China Iron, una versión queer e iconoclasta del relato gauchesco.

En El gran surubí, Mairal reescribe la escena de la leva, el estado de excepción, el reclutamiento arbitrario de los gauchos, y lo traslada a una Argentina contemporánea y distópica, con reminiscencias de la dictadura. Atormentado por un juicio de divorcio, el protagonista, Ramón Paz –viejo seudónimo de Mairal- sólo encuentra alivio entre amigos, en la camaradería homosocial del fútbol. Es en la cancha donde los sorprenderán los milicos y, tal como sus compadres del siglo XIX, serán usados como mano de obra esclava, enviados a la pesca del surubí, en una Argentina empobrecida que reemplaza la carne por pescado.

Quizás resultado de mutaciones genéticas, el surubí es un bicho indescriptible y monstruoso que cobra dimensiones míticas: “cada quien describía de una forma/ distinta al surubí como un bestiario/un prodigio que altera el diccionario/ una imagen que crece y se deforma”. Un pez “con tamaño de ballena” muy cerca del Moby Dick de Melville. Y aquí es otro género el que se cruza con la gauchesca: el relato de aventuras, otra épica enteramente masculina.

Para el autor de los Pornosonetos, zarpar lejos de la tierra implica también cruzar otra clase de frontera, la que va de la representación del deseo heterosexual a la del deseo y el sexo entre muchachos. El tan mentado homoerotismo entre Fierro y Cruz, aludido desde Martínez Estrada en adelante, aquí se hace explícito, y el duelo de Ramón Paz ante la pérdida de su compañero es casi tan sentido como el del gaucho por su amigo. Ramón también será desertor, también a él lo perseguirán por una muerte, pero ninguna coyuntura política lo salvará de su destino.

Una mención aparte merece el recurso del soneto, que remite al pasado en lo que tiene de anacrónico, aunque la gauchesca optaba por el verso octosílabo de la tradición oral. Su uso es irónico y contemporáneo: se borran las estrofas y se elude el refinamiento, se apela al humor, a lo coloquial, a las marcas y referencias populares.

El giro hacia lo fluvial que da El gran surubí, que sale de un género y de una relación intertextual para establecer otra geografía y otros lazos literarios, es quizás la apuesta más osada y fecunda de Mairal. Con este gesto, el poema nacional parece liberarse del lastre de su canonización por Lugones, de su embalsamamiento como épica nacional para seguir el cauce de otros géneros, como el relato de aventuras, o la estela de escritores argentinos que eligieron el río como su zona: desde Juan L. Ortiz hasta Saer, cuyos ecos pueden escucharse por momentos en esta deriva litoral.


martes, 11 de agosto de 2020

Entrevista a María Wernicke. De la historia real al libro ilustrado: el hombre que aprendió a leer (y se hizo poeta) en el Delta


 Por Alejandra Rodríguez Ballester  (Clarín, 11/8/20)

El libro es chiquito pero tiene una historia enorme por detrás. En la tapa de Contracorriente, de María Wernicke, vemos una típica casita del delta, construida sobre pilotes, con su escalera de madera y rodeada de plantas. Hay mucho blanco y negro, apenas una mancha de color en la casa. El agua es blanca y, cuando abrimos el libro, ese blanco se despliega de una página a la otra, es el río entre las islas. A lo lejos, remando en su bote, viene un hombre, un lugareño que sabe de pájaros y de peces, y va en busca de trabajo. Una búsqueda difícil, como sabemos. Cuando al fin lo consigue, traba relación con la dueña de la casa, que le lee libros. La ceremonia se repite mientras él corta cañas o toman mate. Contracorriente es el relato del encuentro de este personaje hosco, de pocas palabras, con la lectura y con la escritura. Al final de la historia, el blanco del río se llena de letras.

El premio que acaba de recibir Contracorriente, otorgado por el Banco del Libro de Venezuela, es una prueba de la fuerza de esta obra que fusiona con sutileza la poesía del texto y el arte de la imagen. Candidateada el año pasado al Nobel de la literatura infantil, el premio Astrid Lindgren -ALMA-, María Wernicke, hija del escritor Enrique Wernicke, es una autora integral, se vale de recursos plásticos y verbales para narrar sus relatos. En esta entrevista hecha por zoom, contó esa enorme historia detrás de esta obra tan delicada y potente a la vez, que tiene que ver con la relación profunda de la autora con el río, con su gente, y con labor tenaz de una biblioteca, internada en lo profundo de las islas del delta.

-          En tu libro Contra corriente hay un personaje que recorre las islas en busca de trabajo y entra en contacto con los libros. ¿Cuál es la relación con la biblioteca Santa Genoveva, en el delta? ¿Me contás esa historia real detrás de tu libro? ¿Quién es ese personaje?

-          Es una historia larga. Conocí a Guillermina Weil, quien dirige la biblioteca Santa Genoveva, hace como 20 años, la conocí porque estaba buscando una casa para alquilar en el delta. Ella y su pareja acababan de construir una casa cerca de la suya, se la alquilamos y nos hicimos muy amigos. Fui durante un tiempo, dejé de ir, después empecé a ir a la casa de ella. Yo supe de su tarea en la biblioteca, ella supo que yo escribía e ilustraba, y en cada viaje le llevaba libros. Fuimos haciendo una amistad enorme. Y al mismo tiempo fui conociendo a los personajes del arroyo Felicaria, donde hay una comunidad muy fuerte. Y me enamoré de todo esto. Un verano que fui a su casa, Guillermina me cuenta que le estaba enseñando a leer y a escribir a Ángel, un correntino que fue de un lugar a otro hasta que recaló en el arroyo, siempre buscando trabajo. Y se quedó ahí, la ayudaba a Guillermina con la huerta, en realidad la compartían, trabajaban los dos y cada uno cosechaba lo que necesitaba. Lo conocí porque venía a buscar herramientas, y después alguna tarde que él venía a su clase y se sentaban debajo de un árbol y ahí le enseñaba. Después Guillermina me contó más de él: era alcohólico y habían conseguido que fuera gente de Alcohólicos Anónimos a la isla. Con lo cual, en simultáneo a su aprendizaje de lectura y de escritura, dejó el alcohol.

-          ¿Ángel aprendió a leer con tus libros?

-          En una época en la que yo no iba tanto a la isla, Guillermina me seguía contando sobre sus  avances, las cosas que él escribía y ahí me comentó que, entre las lecturas que había seleccionado para enseñarle, había usado alguno de mis libros. Esto a mí me conmovió mucho.

-          ¿Cómo fue que decidiste escribir Contracorriente?

-          Fue una especie de espada que se me clavó en el corazón. Fue más que una decisión, las decisiones vienen de la cabeza y esto vino del corazón. Una noche, Guillermina me manda un mail y me escribe, “Mirá!”, con una foto en la que estaba Ángel con un librito en la mano que se llama Los pájaros, un libro de poemas escritos por él, que le editaron en la Biblioteca. Fue compilado por Marisa Negri, las ilustraciones son de Gabriel Martino y creo que en la edición también estuvo Fabiana de Luca, es toda gente que trabaja mucho en la biblioteca y se ha instalado allí. Cuando ví esa foto me conmovió hasta el fondo de mi corazón, se me salían las lágrimas porque no podía creer lo que había sido el proceso de él, hasta llegar a eso, a tener un montón de poemas y el orgullo de ver el libro. Esa noche me sacudió tanto esa imagen, esa historia, él, Guillermina, que dije, tengo que contar esta historia. Y al día siguiente empecé. Empecé, escribí un montón de versiones del texto con distintos ritmos. Para mí es fundamental ir puliendo. Por ahí en el primer tranco escribo muchísimo y después empiezo a sacar. También dudé si los personajes iban a tener nombre, no quería que fueran los nombre reales, anduve rastreando otros y al final me quedé con que no tuvieran nombres, eran ella y él. Empecé a trabajar imagen y palabra hasta encontrar un ritmo y una forma mía de contarla. Lo escribí en dos meses, fue una locura de velocidad porque necesitaba largarlo, mostrarlo, compartirlo.

-          Hay un uso reiterado del blanco y el negro en tus libros. En Contracorriente el blanco más intenso es el del agua que hacia al final, cuando el hombre aprende a leer, se llena de letras. Es como si la ilustración mantuviera la impronta del escrito, en blanco y negro. ¿Por qué elegiste esos colores?

-          En general me siento cómoda con poco color, me gusta usar el color en función de la narración, para marcar algo, ya sean sensaciones o importancia. El color te llama la atención si no está rodeado de otro montón de color. Para lograr eso va muy bien el negro y el blanco, también el sepia. Probé también con color río pero no me servía para la palabra, yo quería que ese río funcionara como la página de un libro, blanco con tipografía negra. Y si bien el paisaje es muy importante, prescindí del color en el paisaje, porque está de alguna forma en lo verbal y con ese río blanco y la vegetación en negro, me alcanzaba. Quería que se resaltaran los personajes.

-          ¿Qué materiales y técnicas empleaste en la ilustración? ¿Cómo definiste el formato del libro?

-          Usé acrílico, creo que témpera, trabajé mucho con sellos y hay algo del fondo que está aplicado en forma digital pero está casi todo resuelto en papel, el oscurecimiento de las noches está hecho en forma digital. Con respecto al formato del libro, tiene que ver con que necesitaba lo horizontal. Por un lado quería un libro chico que pudiera tenerse fácilmente en la mano, que generara algo más íntimo, no un libro grande. Pero al abrir el libro, tenés una doble página que te permite que el río corra. Necesitaba eso.

-          La imagen tiene un lugar muy importante en el cuento, ya que los textos son muy breves. Hay metáforas visuales, por ejemplo, cuando el hombre sueña y aparecen animales que pican, como el mosquito o la víbora, son animales llenos de letras. ¿Pensás que hay una inquietud en ese acceso al mundo de la lectura y la escritura?

-          Todos mis libros son imagen y palabra, lo que me interesa es construir un relato a partir de los dos lenguajes. Diría tres: el diseño. Los tres funcionan ligados, me interesa que no sea un relato ilustrado. Me interesa que la imagen cuente y no exactamente lo mismo que cuenta la palabra. Depende de cada libro quién tiene la voz cantante, si la imagen o la palabra, incluso en un mismo libro eso se va intercambiando. En este libro, yo quería construir un relato de ficción y no quedarme atada a la realidad, darle vuelo poético, ir más allá de la historia que yo conozco. Justamente esto que vos marcás, de los animales que aparecen por la noche llenos de letras es para mí la metáfora de la inquietud de alguien que se está acercando a algo, que quiere, que no se anima. Todo lo que yo imagino que se siente frente a lo nuevo. Pero es lo que yo imagino. Yo uso esos animales para tratar de decir algo pero no puedo decir cómo leerlos, cada cual va a leer el libro a su manera y los interpretará a su forma, junto con la palabra. Porque en este lenguaje todo funciona en simultáneo.

-          Este libro acaba de ser premiado por el Banco del Libro de Venezuela y fuiste candidata el año pasado al Astrid Lindgren, el Nobel de la literatura infantil. Tengo entendido que ya el hecho de ser candidata implica un reconocimiento. ¿Me contás brevemente cómo funciona ese procedimiento de los premios ?

-          En el Banco del Libro de Venezuela, ellos preseleccionan, reseñan y todos esos libros pasan a formar parte de una exposición, que también suben a su página web. De todos esos libros, ellos premian en categoría infantil, juvenil e informativa. También en idioma original y traducción. Este año a mí me dieron premio en la categoría infantil en español, junto con otros cinco, creo. Con respecto al Astrid Lindgren te tiene que candidatear alguien, la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil (Alija) como fue en mi caso el año pasado. Pero también te puede candidatear alguien que ya fue premiado. En mi caso fue Alija, lo que implica un gran reconocimiento, fue muy emocionante. Cuando ellos te eligen tenés que preparar un dossier de toda tu obra. Pero ellos, la gente del Alma, te tienen que aceptar como candidata. Suelen dar el premio al año siguiente en la Feria del Libro de Boloña.

-          Otro libro tuyo muy lindo es Papá y yo, sobre un padre y una hija. La relación podría ser la de muchas nenas con su padre, a veces un poco distante o hecha de silencios. Pero quizás ese padre que escribe en una máquina de escribir y no en una computadora, sea tu propio padre, Enrique Wernicke. ¿Cuánto de biográfico hay en ese libro?

-          Sí, tiene mucho, muchísimo de autobiográfico. Pero al mismo tiempo siento que lo puedo compartir porque las cosas con las que me meto en ese relato son bastante universales. Empezando por la relación entre un padre y una hija, que podría ser entre una madre y un hijo. En el fondo, es la relación que se establece y cómo va transcurriendo, con el querer y el no querer, a veces sí, a veces no. Tiene mucho de mi padre en esa máquina de escribir, en el sillón de mi padre. Pero no está inspirado en el mi padre en la pinta, la pipa, ahí es donde empieza a jugar la ficción. Pero, sí hay muchas cosas que tienen que ver con las huellas que me dejó mi viejo. Él murió cuando yo tenía 10 años, todo lo que me quedó es anterior y, sobre todo, está ligado a la naturaleza. Él amaba las plantas, los animales, el río, y compartía eso conmigo; yo aprendí cantidad de nombres de plantas y de pájaros antes de los 10 años. Es también cómo un padre le enseña cosas a su hija, cosas que están ahí en la naturaleza, como los gatos haciendo el amor, que fue la forma en que mi padre me pudo explicar el sexo, cómo vienen los niños al mundo; pero no lo buscó, estaban los gatos en el techo y me los mostró. Lo mismo con la muerte, me habló de la muerte a partir de una calavera de vaca. Por otro lado, está eso de no tener ganas, el respeto que me gustaría que podamos tener todos a ese no tener ganas, en lugar de disfrazarlo con un no puedo cuando un hijo te reclama.

 

-          ¿Cómo te marcó el tener un padre escritor? ¿Empezaste dibujando o escribiendo?

 

-          En realidad me marcaron una madre escritora y un padre escritor. Además de escribir sus propias cosas, los dos trabajaban para diarios, para radio, revistas. Mi vieja era correctora, cada uno tenía su escritorio y su máquina de escribir. La casa estaba llena de libros, era imposible zafar de la palabra. Mi viejo me regaló cuando yo tenía seis años una réplica de una máquina de escribir que tenía una sola tecla, que vos corrías de un lado a otro hasta encontrar la letra. Así escribí mi primer cuento de cinco o seis líneas. Después me fui despegando, decía que iba a ser pintora, dibujante. De hecho, de adolescente ya entré en Bellas Artes. Pero la escritura estaba allí. A los dieciséis años ya empecé a escribir relatos. Pero ahí la que fue de verdad mi maestra fue mi vieja que con una paciencia infinita aplicaba todo su conocimiento, me hacía las correcciones en lápiz con absoluto respeto. Se sentaba al lado mío y me explicaba las distintas posibilidades. A veces se metía con cosas de escritura y yo me enojaba muchísimo. Me tenía una paciencia enorme. Y yo seguí escribiendo y dibujando. Mi primer oficio estuvo ligado al diseño y al dibujo.

-          ¿Cómo son los chicos como lectores de estos libros en los que hay que interpretar tanto texto como la imagen? ¿Descubren los detalles, las sutilezas?  

-          Hay de todo, como los adultos. Pero lo que tienen los lectores niños es que leen muchísimo la imagen, tienen una capacidad de mirar, de detenerse, de ver, que en general los adultos, con los años, vamos perdiendo. Por ejemplo, en mi libro Uno y otro, el texto es brevísimo pero pasa de todo en la imagen. Y en general los adultos se apuran a leer la palabra escrita y se pierden la imagen. Agarran lo más importante porque está visible pero el detalle lleva tiempo y los chicos suelen detenerse ahí. Al interpretar, tienen una capacidad de pescar cosas, de sentirlas y, sobre todo, de decirlas en voz alta sin ningún pudor. En cambio los adultos es muy común que me pregunten: ¿vos acá quisiste decir bla bla bla…? Tienen miedo a ser lectores autónomos, libres. La maravilla de los chicos es que leen con total libertad. Tengo mil anécdotas de cosas que han leído los chicos en mis libros que yo ni siquiera pensé. Muchos de mis libros son compartidos por chicos y adultos: padres e hijos, docentes y alumnos. Algunos se emocionan mucho, otros se desconciertan. En Papá y yo, como es todo blanco y negro, docentes en Brasil de jardín me decían que los chicos no los leían. La forma en que los daban a leer era poniéndolos en una mesa, y no son libros para dejar así en una mesa como si fuera un libro con brillitos que les llama la atención. Es un libro que precisa de un acompañamiento, sobre todo cuando los chicos todavía no leen solos.

-          ¿Y los padres? Si tuvieras que sugerir a un padre cómo leer tus libros a sus hijos, ¿qué le dirías?

-          Nunca me gusta andar diciendo cómo hacer nada. Pero sí, sobre todo cuando no son lectores autónomos, es bueno compartir el libro con ellos. Por ejemplo, cuando en el libro hay una ausencia que se puede interpretar como muerte o separación, es bueno compartirlo con un adulto. La entrada a la lectura merece que haya alguien de respaldo, que se pueda intercambiar. Pero yo confío en los lectores, en la sensibilidad, cada uno se quedará con algo de ellos, dependiendo del momento de la vida. Creo que son libros sin edad, para todos.


domingo, 5 de mayo de 2019

Sobre "Llámenme Casandra" de Marcial Gala


Llámenme Casandra no era el título original con que la novela de Marcial Gala se presentó al premio. Pero es un hallazgo, porque condensa muchos de sus significados. Es un título muy literario -con ecos del comienzo de Moby Dick de Melville: “Call me Ishmael”-, en el que aparecen dos elementos que estructuran fuertemente la novela: uno de ellos es la alusión a la literatura clásica y al personaje de Casandra, la hija de Príamo, la adivina, que predice la derrota de Troya pero no es escuchada. El paralelo con la Ilíada recorre esta novela que narra otra guerra, la guerra civil de Angola, en la que participaron las fuerzas internacionalistas cubanas.
Otro elemento elocuente del título es el uso del imperativo, que reclama ser llamado con otro nombre, el deseo del protagonista de asumir una nueva identidad.
Llámenme Casandra narra la vida de un niño, luego adolescente trans en la Cuba de los años 70 y 80, una sociedad en la que el machismo y una profunda homofobia se confunden con el deber ser revolucionario. Rubio y afeminado, Rauli produce incomodidad en su padre y se viste de mujer a pedido de la madre, que de esa manera recuerda a su hermana muerta. En la escuela le hacen bullying, lo llaman mariquita y “sin huesos”.
A los 17 años, pese a su endeblez y evidente condición homosexual, siguiendo el mandato de heroicidad que reiteran las canciones revolucionarias, Raúl se alista en el ejército y marcha a la guerra de Angola, donde sufrirá una escalada de abusos y malos tratos. Los soldados del batallón lo llamarán Marilyn Monroe; el capitán abusará de él y lo someterá a repetidas violaciones para finalmente culparlo y asesinarlo.
Pero Rauli es también un gran lector. Desde chico, descubre a los clásicos y se entusiasma con la Ilíada. Ese mundo fantástico de héroes, dioses, profecías, y destinos trágicos forma parte de su imaginación. Querría ser Casandra, y está convencido de que puede predecir el porvenir. Tiene la clarividencia del débil, puede percibir lo que va a ocurrir pero, como Casandra, sabe que no será escuchado.
Desde la primera página sabemos que Raúl va a morir en Angola y ese destino trágico es ineludible, aquí hay otra marca de la literatura clásica. Su voz enuncia desde la muerte, desde la nada, pero la anticipación de su propia muerte y de muchas otras, se sostiene en la cualidad visionaria de Casandra. La voz de esta profetisa apuntala una compleja arquitectura narrativa y un manejo del tiempo en espiral, con anticipaciones y retrospecciones constantes, con un contrapunto entre Cuba y Angola, entre la niñez y la adolescencia, que da profundidad narrativa a Llámenme Casandra, un relato envolvente que seduce y conquista al lector.
A diferencia de Sentada en su verde limón, una novela anterior de Marcial, donde los personajes se hunden en la sordidez y la desesperanza, en Llámenme Casandra el lector encuentra remansos de poesía. Narrada desde una subjetividad tierna y exuberante que recuerda a Puig, la novela de Marcial Gala adquiere dimensión poética y universalidad. Los dioses griegos se funden con los orixás africanos, y el destino de este pequeño cubanito se integra dolorosamente con el “turbión de muertos” que las guerras masacraron desde la caída de Troya hasta nuestros días.
Por la ternura de su protagonista, por el hallazgo de esa voz narrativa no exenta de ironía, por el entramado de localismo y universalidad, de vida cotidiana y gran historia, Llámenme Casandra es una gran novela que leí con felicidad a pesar de la violencia de los hechos que narra, una novela que estoy segura de que hará muy felices a sus lectores.
Alejandra Rodríguez Ballester 
(texto leído en la presentación de la novela en la Feria del Libro, 4/5/19)

viernes, 29 de marzo de 2019

VII Congreso de la lengua: Viajes y tensiones de la palabra


Rodolfo Walsh hablaba del “violento oficio de escribir”. Michel Foucault alertaba sobre “las luchas, victorias, heridas, dominaciones, servidumbres” detrás de las palabras. Borges retrucaba en un ensayo a un alarmado Américo Castro, en defensa de nuestro rioplatense, a favor del idioma de los argentinos. Y Juan María Gutiérrez, en un gesto de afirmación de la soberanía lingüística, eligió rechazar en 1875 el sitial que se le ofrecía en la Real Academia Española. Lo cierto es que el terreno de la lengua, lejos de resultar un espacio neutro o armónico, se presenta como un ámbito de tensiones, arena para luchas diversas: políticas, sociales, de género. La celebración del VIII Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE) en la ciudad de Córdoba, del 27 al 30 de marzo, se propone como foro de reflexión y análisis de los problemas y retos del español. Como no podía ser menos, este congreso impulsado por el Instituto Cervantes, La Real Academia Española y 23 academias de la Lengua de América, además de organismos provinciales y nacionales, llega precedido por polémicas de distinto tipo, desde las ligadas con el género y el lenguaje inclusivo hasta las relacionadas con la soberanía y los derechos lingüísticos.
Con sede en “la Docta”, así llamada porque en 1613 se fundó allí la primera universidad del país y la segunda de América latina, la Universidad de Córdoba -donde se desarrollarán muchas de sus actividades -, el CILE reunirá destacados lingüistas y académicos – entre ellos Ignacio Bosque, Alfredo Matus, José Luis Moure- , escritoras y escritores – Mario Vargas Llosa, María Teresa Andruetto, Juan Villoro, Jorge Edwards, Sergio Ramírez, Ana María Shúa, Martín Caparrós, Elsa Osorio, Jorge Volpi, Luisa Valenzuela, Elvio Gandolfo, Perla Suez, son algunos de ellos-, estudiosos de la literatura – Martín Prieto, Christopher Domínguez- pero también artistas, músicos, periodistas como Norma Morandini, Juan Cruz y Jorge Fernández Díaz. Además, el cantante Joaquín Sabina compartirá una mesa con los poetas Guillermo Saavedra y Elvira Sastre; Alejandro Dolina integrará otra, lo que muestra la intención de que el evento trascienda las fronteras habituales de los foros académicos. Además, en torno al CILE – que requiere inscripción previa y entrada paga - se realizarán, a partir del 20 de marzo, el Festival de la palabra – con eje en la Feria del Libro-, un seminario para periodistas y otro para profesores de español –ambos el 25 y 26 de marzo-. Un dato no menor es que el Congreso será inaugurado por el Premio Nobel Mario Vargas Llosa, el rey de España, Felipe VI, el presidente Mauricio Macri, además de autoridades académicas y provinciales.
“El lema del congreso, «América y el futuro del español», es una declaración de principios –afirmó Luis García Montero, director del Instituto Cervantes-. Por un lado, expresa la convicción de que el español será lo que quiera América, y es lo que vamos a debatir los más de 250 de especialistas venidos de los cinco continentes. Creo que la pujanza del español es un hecho. Actualmente la comunidad hispanohablante supone el 7,6% de la población mundial y, además, configuramos un eje de identidad cultural y lingüística formado por 23 países.”
Por su parte, el presidente de la Academia Argentina de Letras, José Luis Moure, agregó que “hoy en día el español es, por su número de hablantes, por su distribución geográfica, el español de América, que es hoy el centro desde el cual se mira el conjunto del español. Esto sin hacer ningún recorte a la importancia del español peninsular,” afirmó.
El español como lengua universal; lengua e interculturalidad; los retos del español en la educación del siglo 21; el español y la sociedad digital y la competitividad del español como lengua para la innovación y el emprendimiento, serán los ejes vertebradores del encuentro.
 “Yo fui quien bregó porque la palabra educación estuviera en el lema del CILE –subrayó Moure-. Un congreso de este tipo demanda una importante inversión, de manera que hay que tener en cuenta las necesidades del país, hay grandes insuficiencias en el aprendizaje de la lengua, en el manejo de su registro culto o alto.” Entre las actividades educativas del CILE, las Academias de la Lengua junto con el Ministerio de Educación impulsaron un concurso de bibliotecas escolares llamado Palabras en acción.
La afirmación de que el futuro del español está en América pareciera entrar en contradicción con la percepción muy instalada de la hegemonía de las instituciones españolas sobre sus pares americanas en la organización de este congreso.
Un encuentro paralelo, a realizarse también en Córdoba, titulado Encuentro Internacional: derechos lingüísticos como derechos humanos, se levanta como un contracongreso desde la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC. Las impulsoras de este encuentro se plantan “en abierta disputa con las políticas que organizan estos congresos”. “Se trata de congresos de promoción del español que forman parte de una línea política del estado español, que tiene muchos problemas lingüísticos al interior de su territorio pero intenta instalar la idea de una lengua homogénea, sin conflictos, como si la lengua garantizara la hermandad. Se construye una comunidad iberoamericana en contra de lo que podría llamarse una comunidad latinoamericana”, sostiene Beatriz Bixio, profesora de la Escuela de Letras de la UNC. “Cuando se promueve tanto el valor de una cosa, se desmerece lo otro. Promocionar tanto el español desmerece la lucha de las comunidades originarias, para quienes el español es signo de colonización,” agregó Bixio, quien también criticó la asimetría en la relación de la RAE con las otras academias de la lengua.
Vender la lengua
Para comprender los debates actuales en torno al Congreso de la Lengua conviene remontarse a los años 90, cuando su principal impulsor, el Instituto Cervantes, se propuso “promover universalmente la enseñanza, el estudio y el uso del español y contribuir a la difusión de las culturas hispánicas en el exterior”, acentuando el carácter de “patrimonio común” de la lengua en los países hispanohablantes. El Cervantes logró expandirse a 44 países, creando 87 centros, en ciudades tan distantes como como Shangai, Nueva Delhi, Kuala Lumpur y Sidney. Su principal autoridad es el mismísimo rey de España y su existencia parece responder a una verdadera política de Estado. En sus documentos se enfatiza el “valor económico” del español y su aptitud como lengua de negocios, al contar con más hablantes nativos que el inglés, responsable del 16 % del PBI de España. Bautizando esta expansión como la “batalla del idioma”, el académico José del Valle señaló en 2004 y 2007 la coincidencia de esta promoción de la hispanofonía con el desembarco en los años 90, de empresas españolas globales, desde editoriales a bancos y petroleras. Los impulsores actuales del contracongreso también esgrimen este argumento.
Pero hay otra batalla subyacente que atañe a la Argentina, que hizo correr ríos de tinta y tiene que ver con la administración de los diplomas de español. Desde los años 80, la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y su Laboratorio de Idiomas daban cursos de español para extranjeros. “Existía la preocupación por contar con un certificado argentino del nivel de idioma. Así nació el Certificado de Español Lengua y Uso (CELU), que se administra actualmente en un consorcio de 59 universidades nacionales”, narra la lingüista Leonor Acuña, una de las impulsoras de este examen  avalado por los ministerios de Educación y Relaciones Exteriores y reconocido en 2004 por Brasil.
Pero en 2016, desconociendo la existencia de este certificado –CELU-, y la experiencia de años de investigación y enseñanza de español como Lengua Extranjera en la Facultad de Filosofía y Letras, el Consejo Superior de la UBA adhirió al diploma SIELE, Servicio Internacional de Evaluación de la Lengua Española, impulsado por el Instituto Cervantes en asociación con la Universidad Autónoma de México, la Universidad de Salamanca y administrado por la empresa Telefónica. Se trata de una prueba internacional comparable al TOEFL para el inglés, que puede realizarse online. En ese momento, hicieron oír sus reclamos consejeros de la misma universidad además de escritores e intelectuales como Tamara Kamenszain, Noé Jitrik, María Teresa Andruetto, entre otros, que se pronunciaron en una carta pública, en contra de lo que se consideró “una grave intromisión en la independencia lingüística de América latina”. Actualmente, estos exámenes coexisten. Para algunos, como Bixio, en esa pulseada se perdió una batalla.
Al respecto, Luis García Montero dio otro punto de vista: “hasta ahora no existía un certificado internacional en español emitido por instituciones de varios países hispanohablantes. Creo que el SIELE es un paso adelante y permite al alumno usar cualquiera de las variedades lingüísticas del mundo hispano”.
Los expertos consultados subrayaron que es insoslayable reconocer que existe una política lingüística implícita en la organización del Congreso de la Lengua – donde desde los temas y los participantes están definidos desde una clara hegemonía de las instituciones peninsulares-, y que resulta imperioso que la Argentina defina y priorice una política lingüística propia, adecuada a sus problemas, metas y necesidades.
En estos días en que el castellano será protagonista, además de celebrar el parentesco que nos permite disfrutar del Quijote y escuchar “con los ojos a los muertos”, como decía en un verso memorable don Francisco de Quevedo y Villegas, tal vez sea hora de mirar hacia adentro, fijar nuestras propias prioridades en materia idiomática y recordar que detrás de las palabras hubo y sigue habiendo batallas que no están zanjadas.

Publicada en la revista Ñ, 16 de marzo de 2019, con el título: “Los acentos que invocan el futuro”

viernes, 23 de noviembre de 2018

"Sopor" de Chris Kraus, un viaje por las ruinas del siglo XX


Antes de que se instalara el gesto enunciativo de la autoficción y mucho antes de que Karl Ove Knausgaard irrumpiera con su autobiográfica Mi lucha, la estadounidense Chris Kraus inició su saga basada en hechos de su propia vida. Escritora, cineasta, crítica de arte, performer, Kraus escribe desde el centro de la vida intelectual contemporánea, como irónica y aguda observadora de nuestra época. “Todo sucedió. No habría existido el libro si no hubiera pasado”, dijo Kraus sobre su primera novela, I love Dick (1997), que trata sobre el enganche obsesivo de una mujer de 39 con un colega, a quien escribe cartas apasionadas en las que interviene su marido y que ambos transforman en un proyecto artístico. Descripta por la escritora como “una fábula sobre el deseo y el patriarcado”, I love Dick fue reeditada y redescubierta en 2013 por una nueva generación de feministas blogueras que la difundieron por las redes: llegó a vender 14 millones de ejemplares, cuando en los 90 había pasado inadvertida. En 2016 se filmó una elogiada serie televisiva, dirigida por Jill Soloway, disponible en Amazon.
Traducida por Cecilia Pavón y recién publicada por Eterna Cadencia, Sopor (2006) cierra la trilogía iniciada por Amo a Dick (Alpha Decay) y que también integra Aliens and Anorexia (2000). Narra la historia de Sylvie y Jerome, alter egos de Cris Kraus y su pareja  Sylvére Lotringer, editor de Semiotext(e), sello que publicó en Nueva York a los teóricos franceses, desde Deleuze y Guattari, a Jean Baudrillard y Paul Virilio.  En torno a los 30, ella, con más de 50, él, ambos viajan a Rumania con el proyecto algo difuso de adoptar un huérfano de los miles que existen entonces en ese país como consecuencia de la delirante política demográfica del depuesto dictador Ceaucescu. Jerome y Sylvie son “dos cosmopolitas sin raíces”, que han invertido en propiedades en suburbios rurales, en los que viven con su perrita Lily mientras están libres de inquilinos. La mirada sobre ellos es distanciada e irónica: atractivos y desopilantes, también resultan un poco snobs, siempre insegura y algo fracasada, ella; ególatra y mezquino, él. Dedicado a investigar y reflexionar sobre el Holocausto –su padre había muerto en Auschwitz- Jerome busca actuar “detrás del escenario de la cultura”, organizando eventos y reuniones entre filósofos y estrellas de rock; Sylvie aspira a ser “una Guy Debord femenina” pero sus películas son “espirales de asociaciones”, desordenadas, inconclusas, y no llegan a estar de moda.
Pero, mientras sigue a estos dos intelectuales – artistas por Nueva York, Los Ángeles, Berlín y Bucarest, Sopor cuenta, en realidad, la historia de fines de los 80 y principios de los 90, previa a Internet, cuando la caída del muro de Berlín era reciente, la Guerra Fría llegaba a su fin y la Guerra del Golfo de George Bush padre acababa de comenzar. “La frase daño colateral, un término militar acuñado para describir la pérdida accidental de poblaciones civiles, acaba de empezar a migrar hacia la terminología terapeútica de autoayuda”, señala Kraus, sutil para registrar los desplazamientos de signos del ámbito político a la jerga prosaica, en la cultura del nuevo conservadurismo. Describe el cambio de época, el deslizamiento del punk con su “no future” hacia una cultura que amortigua la crítica y acompaña con superficialidad la escalada bélica. Es el momento de la serie televisiva Thirtysomething, comedia que difunde un modelo de pareja neotradicionalista seducida por los valores de la familia. La misma Sylvie, ex punk, se deja conquistar brevemente por esa tendencia. En ese contexto surge su deseo maternal, muy entre comillas en cuanto a su autenticidad y para nada bienvenido por Jerome.
En una narración circular que transita por varios tiempos, uno de los momentos imperdibles es la escena parisina en el departamento de Felix Guattari, amigo de Jerome, su editor, para ver la revolución televisada que derrocó al dictador Ceaucescu. “Era al mismo tiempo el anfitrión burgués y el erudito contracultural presidiendo una pijamada ideológica”, escribe sobre el filósofo. “Nacidos antes del triunfo del espectáculo, la suya era la última generación para quien las cosas realmente importaban”, señala no obstante Kraus, contrastando a la generación del Mayo francés con el optimismo hueco de los jóvenes que surfean los medios.  
Entre situaciones hilarantes y un gesto aparentemente despreocupado, va calando cada vez más hondo en la obsesión de Jerome sobre el Holocausto: “acariciaba sus fantasías sobre Auschwitz como Humbert Humbert acariciaba el cuerpo preadolescente de Lolita”. O en la maternidad negada a Sylvie. Las posibilidades no realizadas de los artistas, de las personas, de pueblos enteros como el rumano, son la contracara del esplendor y el vértigo. Más allá del interés que despiertan los dos protagonistas y su agónica relación, Kraus brilla en la agudeza y hondura de sus observaciones, en sus frases certeras que revelan una mirada alerta, habituada a leer las tramas y múltiples conexiones que dan espesor a la vida y el arte contemporáneos.

Alejandra Rodríguez Ballester (reseña publicada en la revista Ñ el 17/11/18, con otro título y en versión abreviada)

domingo, 7 de febrero de 2016

La violencia de la muerte como oficio- Sobre "De ganados y de hombres" de Ana Paula Maia

Seca, contundente, como el golpe certero del matarife que aturde a los animales, “De ganados y de hombres”, la novela de la joven escritora brasileña Ana Paula Maia, ingresa en un territorio áspero y brutal que la cultura contemporánea prefiere ignorar, el bajofondo del fast food y la cuota Hilton, la trastienda bárbara de nuestra civilización, el matadero. Un universo estrictamente masculino, habitado por personajes lacónicos cuyas trayectorias se asemejan a prontuarios. Allí, los trabajadores ostentan habilidades precisas y primitivas: degollar, apalear, cazar y descuartizar. Son seres rústicos, en una frontera casi indiscernible con el animal al que deben sacrificar.
El argumento de la novela es mínimo. Pequeños conflictos pueden desatar enormes tragedias que, sin embargo, pasan al olvido en un lugar donde la muerte es cotidiana. El dueño del matadero, Don MiIo, pide a Edgar Wilson que deje por un momento su rol de “aturdidor” para ir a cobrar una factura al frigorífico donde se elaboran hamburguesas. La tarea de Edgar consiste en pegar con una maza en la cabeza de las vacas que así quedan desmayadas y listas para ser degolladas. Edgar desempeña su rol de verdugo de manera “piadosa” y se resiste a dejar en su lugar a Zeca, un “loquito” que disfruta al hacer sufrir. La visita a la fábrica es un descubrimiento para Wilson, como la hamburguesa misma, que come por primera vez: “Así, redonda y bien condimentada, no parece que haya sido una vaca. Nada deja vislumbrar el horror desmedido detrás de algo tan delicado y sabroso.”  Al volver, descubrirá que el “loquito” se ha excedido en su tarea sanguinaria. Por la noche, se deshace de Zeca con su maza de aturdido. Sólo el patrón, Don Milo, registra esa muerte pero deja pasar el incidente con tal de no perder a su mejor empleado.
La desaparición sucesiva del ganado pone en guardia a los hombres del matadero. Se suceden las hipótesis y las pesquisas. Es un depredador. Quizá sean ladrones de ganado. Las excursiones en busca de los animales perdidos los llevan a descubrir lo que parece un suicidio masivo. “Se acostumbraron a nosotros”, intenta explicar Edgar.
El planteo filosófico –desde Derrida a Peter Singer y Giorgio Agamben – que cuestiona las jerarquías humano/ no humano, y la violencia contra los animales, considerados “vivientes”, es un intertexto pertinente para leer la novela de Maia que resulta, en ese sentido, muy contemporánea.
Lo ambiguo del límite entre hombres y animales se enfatiza en las descripciones de los personajes: “sus ojos de pejerrey muerto se le ponen más zonzos…son negros y relucen como los ojos de los rumiantes”. La barbarización de los hombres y la conducta casi humana del ganado, no solo cuestionan la oposición entre civilización y barbarie, sino que denuncia la falacia del modo de producción capitalista que esconde, lejos de la vista, su trastienda del horror. Como sostiene Gabriel Giorgi en Formas comunes, “se escenifica el “hacer vivir” y el “hacer morir” del capital”, las vidas a proteger y las vidas que son empujadas hacia la muerte. En esta contigüidad entre animales sacrificados y trabajadores explotados, no sólo se denuncia el sacrificio de los primeros sino que estos representan metonímicamente, a los segundos. Todos pertenecen a ese orden de las vidas a descartar.

Alejandra Rodríguez Ballester


 Reseña publicada en la revista Ñ.

Crónica de París bajo la ocupación nazi

Reseña de Dora Bruder y La calle de las tiendas oscuras de Patrick Modiano

Una nota en un viejo diario de 1941 en la que se anuncia la búsqueda de una adolescente desaparecida en París durante la ocupación nazi es el indicio que desencadena la narración en “Dora Bruder”, un breve relato, más cerca de la crónica que de la novela, del premio Nobel de Literatura, Patrick Modiano. La descripción detallada de la chica de 15 años, su estatura, su ropa, y la dirección de sus padres en un bulevar parisino, pone en movimiento una escritura que avanza en la forma de una investigación, una pesquisa que se desenvuelve tanto en las calles de París como en archivos documentales pero, sobre todo, en la memoria personal del narrador. Establecer correspondencias, por tenues que sean, entre el pasado personal y los ínfimos retazos de vida de esa adolescente que terminó en las cámaras de gas de Auschwitz, es el trabajo de esa búsqueda insistente, que logra así dar espesor y vida al destino trágico de Dora y de tantas como ella. “Lleva tiempo conseguir que salga a la luz lo que ha sido borrado”, susurra Modiano, que en sus relatos ha acometido obsesivamente la tarea de desenterrar ese pasado oscuro de la Francia ocupada, la persecución a los judíos franceses por parte de sus propios connacionales y el colaboracionismo puesto en evidencia en toda su complejidad en el guión de una película como Lacombe, Lucien, de Louis Malle. Con paciencia de arqueólogo, reconstruye la vida humilde de los padres de Dora, judío austríaco, enrolado en la Legión Extranjera y herido de guerra, él; húngara, ella; que internan a su hija en un colegio católico porque no pueden mantenerla o porque consideran que así logrará estar a salvo de las requisitorias nazis. Pero Dora es rebelde, se escapa una y otra vez. Es imposible saber en qué medida los esfuerzos de sus padres por encontrarla incidieron en su deportación.
Pero es París, la gran ciudad testigo del tiempo, la verdadera protagonista de este relato. La descripción de las calles y cafés parisinos, en la agitación de la vida cotidiana, se ve de pronto atravesada por la densidad de los hechos del pasado que, como capas geológicas, están allí, presentes, de manera inquietante. “Algunas noches la ciudad de ayer se me aparece con reflejos furtivos detrás de la de hoy”, escribe. La actividad del novelista, además de “dar fe” de esas existencias segadas por el nazismo, se presenta como un medio privilegiado para llegar a captar, al menos, “un vago reflejo de la realidad”.
El tema de su propio padre, recurrente en la narrativa de Modiano, reaparece en esta crónica de manera fragmentaria. Detenido durante la ocupación, ese episodio es una referencia para tratar buscar sutiles puntos de contacto con Dora -¿era ella la muchacha que iba en el coche celular, entre muchos otros, junto con el padre detenido?-, una búsqueda circular por medio de la cual la historia lo interpela en lo más íntimo. “Quizás soy yo quien ha querido que mi padre y ella se cruzasen en ese invierno de 1942. Por muy diferentes que fuesen, habían sido catalogados en la misma categoría de réprobos.”
Magros son los resultados de la investigación sobre Dora Bruder, pero las fotos recopiladas, los datos sobre el destino de Dora y su padre camino a Auschwitz, una carta conmovedora de otro deportado en la misma fecha que ella, logran el objetivo de sacar su existencia del anonimato y  adoptar esa experiencia traumática como propia. No obstante, podemos preguntarnos si es suficiente, sobre todo en un texto anfibio entre la novela y la crónica.

Los temas y procedimientos puestos en juego por Modiano en este relato pueden reconocerse, también, en sus ficciones,  el trauma del nazismo y el tema de la identidad toman formas diversas pero allí están. En “La calle de las tiendas oscuras”, por ejemplo, ganadora del premio Goncourt en 1978 y reeditada este año, la investigación obsesiva por distintos rincones de París es encarada por un detective privado que sufre de amnesia. La situación, de una ironía digna de Bustos Domecq pero sin el menor rastro de humor, orienta una búsqueda por archivos y rincones de París que responde a la angustia por develar la propia historia; aquí, la identificación con las vidas ajenas es llevada al extremo de no saber si esa vida es efectivamente la propia, si la figura de la foto es uno mismo. El espacio se carga de dramatismo y oscuridad, cada nuevo lugar en el que ha sucedido una escena del pasado lleva la carga potencial de un crimen. Y París se cubre de sombras de un tiempo ominoso. En La calle… los oscuros personajes de otro tiempo permanecen agazapados en algún sitio y sus voces todavía resuenan en el teléfono, así como en Dora Bruder el padre teme haber visto, años después de la ocupación, al comisario Schweblin, responsable de la detención de judíos.  
Publicada en francés en 1999, Dora Bruder nos llega quizás a destiempo a los argentinos que no podemos más que confrontar este texto con la diversidad de relatos locales sobre los desaparecidos, en particular aquellos escritos por los hijos. Frente a la frescura o la irreverencia de  voces como las de Félix Bruzzone o Laura Alcoba, cuesta sentir el pathos de Modiano como actual, más allá de los méritos evidentes del rescate de esa figura anónima con toda la maestría de su escritura. En todo caso, se esperan urgentemente en las librerías la reedición de las restantes novelas del Nobel, tan difíciles de encontrar.

Alejandra Rodríguez Ballester
Reseña publicada en la revista Ñ el 27/12/2014