domingo, 5 de mayo de 2019

Sobre "Llámenme Casandra" de Marcial Gala


Llámenme Casandra no era el título original con que la novela de Marcial Gala se presentó al premio. Pero es un hallazgo, porque condensa muchos de sus significados. Es un título muy literario -con ecos del comienzo de Moby Dick de Melville: “Call me Ishmael”-, en el que aparecen dos elementos que estructuran fuertemente la novela: uno de ellos es la alusión a la literatura clásica y al personaje de Casandra, la hija de Príamo, la adivina, que predice la derrota de Troya pero no es escuchada. El paralelo con la Ilíada recorre esta novela que narra otra guerra, la guerra civil de Angola, en la que participaron las fuerzas internacionalistas cubanas.
Otro elemento elocuente del título es el uso del imperativo, que reclama ser llamado con otro nombre, el deseo del protagonista de asumir una nueva identidad.
Llámenme Casandra narra la vida de un niño, luego adolescente trans en la Cuba de los años 70 y 80, una sociedad en la que el machismo y una profunda homofobia se confunden con el deber ser revolucionario. Rubio y afeminado, Rauli produce incomodidad en su padre y se viste de mujer a pedido de la madre, que de esa manera recuerda a su hermana muerta. En la escuela le hacen bullying, lo llaman mariquita y “sin huesos”.
A los 17 años, pese a su endeblez y evidente condición homosexual, siguiendo el mandato de heroicidad que reiteran las canciones revolucionarias, Raúl se alista en el ejército y marcha a la guerra de Angola, donde sufrirá una escalada de abusos y malos tratos. Los soldados del batallón lo llamarán Marilyn Monroe; el capitán abusará de él y lo someterá a repetidas violaciones para finalmente culparlo y asesinarlo.
Pero Rauli es también un gran lector. Desde chico, descubre a los clásicos y se entusiasma con la Ilíada. Ese mundo fantástico de héroes, dioses, profecías, y destinos trágicos forma parte de su imaginación. Querría ser Casandra, y está convencido de que puede predecir el porvenir. Tiene la clarividencia del débil, puede percibir lo que va a ocurrir pero, como Casandra, sabe que no será escuchado.
Desde la primera página sabemos que Raúl va a morir en Angola y ese destino trágico es ineludible, aquí hay otra marca de la literatura clásica. Su voz enuncia desde la muerte, desde la nada, pero la anticipación de su propia muerte y de muchas otras, se sostiene en la cualidad visionaria de Casandra. La voz de esta profetisa apuntala una compleja arquitectura narrativa y un manejo del tiempo en espiral, con anticipaciones y retrospecciones constantes, con un contrapunto entre Cuba y Angola, entre la niñez y la adolescencia, que da profundidad narrativa a Llámenme Casandra, un relato envolvente que seduce y conquista al lector.
A diferencia de Sentada en su verde limón, una novela anterior de Marcial, donde los personajes se hunden en la sordidez y la desesperanza, en Llámenme Casandra el lector encuentra remansos de poesía. Narrada desde una subjetividad tierna y exuberante que recuerda a Puig, la novela de Marcial Gala adquiere dimensión poética y universalidad. Los dioses griegos se funden con los orixás africanos, y el destino de este pequeño cubanito se integra dolorosamente con el “turbión de muertos” que las guerras masacraron desde la caída de Troya hasta nuestros días.
Por la ternura de su protagonista, por el hallazgo de esa voz narrativa no exenta de ironía, por el entramado de localismo y universalidad, de vida cotidiana y gran historia, Llámenme Casandra es una gran novela que leí con felicidad a pesar de la violencia de los hechos que narra, una novela que estoy segura de que hará muy felices a sus lectores.
Alejandra Rodríguez Ballester 
(texto leído en la presentación de la novela en la Feria del Libro, 4/5/19)

viernes, 29 de marzo de 2019

VII Congreso de la lengua: Viajes y tensiones de la palabra


Rodolfo Walsh hablaba del “violento oficio de escribir”. Michel Foucault alertaba sobre “las luchas, victorias, heridas, dominaciones, servidumbres” detrás de las palabras. Borges retrucaba en un ensayo a un alarmado Américo Castro, en defensa de nuestro rioplatense, a favor del idioma de los argentinos. Y Juan María Gutiérrez, en un gesto de afirmación de la soberanía lingüística, eligió rechazar en 1875 el sitial que se le ofrecía en la Real Academia Española. Lo cierto es que el terreno de la lengua, lejos de resultar un espacio neutro o armónico, se presenta como un ámbito de tensiones, arena para luchas diversas: políticas, sociales, de género. La celebración del VIII Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE) en la ciudad de Córdoba, del 27 al 30 de marzo, se propone como foro de reflexión y análisis de los problemas y retos del español. Como no podía ser menos, este congreso impulsado por el Instituto Cervantes, La Real Academia Española y 23 academias de la Lengua de América, además de organismos provinciales y nacionales, llega precedido por polémicas de distinto tipo, desde las ligadas con el género y el lenguaje inclusivo hasta las relacionadas con la soberanía y los derechos lingüísticos.
Con sede en “la Docta”, así llamada porque en 1613 se fundó allí la primera universidad del país y la segunda de América latina, la Universidad de Córdoba -donde se desarrollarán muchas de sus actividades -, el CILE reunirá destacados lingüistas y académicos – entre ellos Ignacio Bosque, Alfredo Matus, José Luis Moure- , escritoras y escritores – Mario Vargas Llosa, María Teresa Andruetto, Juan Villoro, Jorge Edwards, Sergio Ramírez, Ana María Shúa, Martín Caparrós, Elsa Osorio, Jorge Volpi, Luisa Valenzuela, Elvio Gandolfo, Perla Suez, son algunos de ellos-, estudiosos de la literatura – Martín Prieto, Christopher Domínguez- pero también artistas, músicos, periodistas como Norma Morandini, Juan Cruz y Jorge Fernández Díaz. Además, el cantante Joaquín Sabina compartirá una mesa con los poetas Guillermo Saavedra y Elvira Sastre; Alejandro Dolina integrará otra, lo que muestra la intención de que el evento trascienda las fronteras habituales de los foros académicos. Además, en torno al CILE – que requiere inscripción previa y entrada paga - se realizarán, a partir del 20 de marzo, el Festival de la palabra – con eje en la Feria del Libro-, un seminario para periodistas y otro para profesores de español –ambos el 25 y 26 de marzo-. Un dato no menor es que el Congreso será inaugurado por el Premio Nobel Mario Vargas Llosa, el rey de España, Felipe VI, el presidente Mauricio Macri, además de autoridades académicas y provinciales.
“El lema del congreso, «América y el futuro del español», es una declaración de principios –afirmó Luis García Montero, director del Instituto Cervantes-. Por un lado, expresa la convicción de que el español será lo que quiera América, y es lo que vamos a debatir los más de 250 de especialistas venidos de los cinco continentes. Creo que la pujanza del español es un hecho. Actualmente la comunidad hispanohablante supone el 7,6% de la población mundial y, además, configuramos un eje de identidad cultural y lingüística formado por 23 países.”
Por su parte, el presidente de la Academia Argentina de Letras, José Luis Moure, agregó que “hoy en día el español es, por su número de hablantes, por su distribución geográfica, el español de América, que es hoy el centro desde el cual se mira el conjunto del español. Esto sin hacer ningún recorte a la importancia del español peninsular,” afirmó.
El español como lengua universal; lengua e interculturalidad; los retos del español en la educación del siglo 21; el español y la sociedad digital y la competitividad del español como lengua para la innovación y el emprendimiento, serán los ejes vertebradores del encuentro.
 “Yo fui quien bregó porque la palabra educación estuviera en el lema del CILE –subrayó Moure-. Un congreso de este tipo demanda una importante inversión, de manera que hay que tener en cuenta las necesidades del país, hay grandes insuficiencias en el aprendizaje de la lengua, en el manejo de su registro culto o alto.” Entre las actividades educativas del CILE, las Academias de la Lengua junto con el Ministerio de Educación impulsaron un concurso de bibliotecas escolares llamado Palabras en acción.
La afirmación de que el futuro del español está en América pareciera entrar en contradicción con la percepción muy instalada de la hegemonía de las instituciones españolas sobre sus pares americanas en la organización de este congreso.
Un encuentro paralelo, a realizarse también en Córdoba, titulado Encuentro Internacional: derechos lingüísticos como derechos humanos, se levanta como un contracongreso desde la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC. Las impulsoras de este encuentro se plantan “en abierta disputa con las políticas que organizan estos congresos”. “Se trata de congresos de promoción del español que forman parte de una línea política del estado español, que tiene muchos problemas lingüísticos al interior de su territorio pero intenta instalar la idea de una lengua homogénea, sin conflictos, como si la lengua garantizara la hermandad. Se construye una comunidad iberoamericana en contra de lo que podría llamarse una comunidad latinoamericana”, sostiene Beatriz Bixio, profesora de la Escuela de Letras de la UNC. “Cuando se promueve tanto el valor de una cosa, se desmerece lo otro. Promocionar tanto el español desmerece la lucha de las comunidades originarias, para quienes el español es signo de colonización,” agregó Bixio, quien también criticó la asimetría en la relación de la RAE con las otras academias de la lengua.
Vender la lengua
Para comprender los debates actuales en torno al Congreso de la Lengua conviene remontarse a los años 90, cuando su principal impulsor, el Instituto Cervantes, se propuso “promover universalmente la enseñanza, el estudio y el uso del español y contribuir a la difusión de las culturas hispánicas en el exterior”, acentuando el carácter de “patrimonio común” de la lengua en los países hispanohablantes. El Cervantes logró expandirse a 44 países, creando 87 centros, en ciudades tan distantes como como Shangai, Nueva Delhi, Kuala Lumpur y Sidney. Su principal autoridad es el mismísimo rey de España y su existencia parece responder a una verdadera política de Estado. En sus documentos se enfatiza el “valor económico” del español y su aptitud como lengua de negocios, al contar con más hablantes nativos que el inglés, responsable del 16 % del PBI de España. Bautizando esta expansión como la “batalla del idioma”, el académico José del Valle señaló en 2004 y 2007 la coincidencia de esta promoción de la hispanofonía con el desembarco en los años 90, de empresas españolas globales, desde editoriales a bancos y petroleras. Los impulsores actuales del contracongreso también esgrimen este argumento.
Pero hay otra batalla subyacente que atañe a la Argentina, que hizo correr ríos de tinta y tiene que ver con la administración de los diplomas de español. Desde los años 80, la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y su Laboratorio de Idiomas daban cursos de español para extranjeros. “Existía la preocupación por contar con un certificado argentino del nivel de idioma. Así nació el Certificado de Español Lengua y Uso (CELU), que se administra actualmente en un consorcio de 59 universidades nacionales”, narra la lingüista Leonor Acuña, una de las impulsoras de este examen  avalado por los ministerios de Educación y Relaciones Exteriores y reconocido en 2004 por Brasil.
Pero en 2016, desconociendo la existencia de este certificado –CELU-, y la experiencia de años de investigación y enseñanza de español como Lengua Extranjera en la Facultad de Filosofía y Letras, el Consejo Superior de la UBA adhirió al diploma SIELE, Servicio Internacional de Evaluación de la Lengua Española, impulsado por el Instituto Cervantes en asociación con la Universidad Autónoma de México, la Universidad de Salamanca y administrado por la empresa Telefónica. Se trata de una prueba internacional comparable al TOEFL para el inglés, que puede realizarse online. En ese momento, hicieron oír sus reclamos consejeros de la misma universidad además de escritores e intelectuales como Tamara Kamenszain, Noé Jitrik, María Teresa Andruetto, entre otros, que se pronunciaron en una carta pública, en contra de lo que se consideró “una grave intromisión en la independencia lingüística de América latina”. Actualmente, estos exámenes coexisten. Para algunos, como Bixio, en esa pulseada se perdió una batalla.
Al respecto, Luis García Montero dio otro punto de vista: “hasta ahora no existía un certificado internacional en español emitido por instituciones de varios países hispanohablantes. Creo que el SIELE es un paso adelante y permite al alumno usar cualquiera de las variedades lingüísticas del mundo hispano”.
Los expertos consultados subrayaron que es insoslayable reconocer que existe una política lingüística implícita en la organización del Congreso de la Lengua – donde desde los temas y los participantes están definidos desde una clara hegemonía de las instituciones peninsulares-, y que resulta imperioso que la Argentina defina y priorice una política lingüística propia, adecuada a sus problemas, metas y necesidades.
En estos días en que el castellano será protagonista, además de celebrar el parentesco que nos permite disfrutar del Quijote y escuchar “con los ojos a los muertos”, como decía en un verso memorable don Francisco de Quevedo y Villegas, tal vez sea hora de mirar hacia adentro, fijar nuestras propias prioridades en materia idiomática y recordar que detrás de las palabras hubo y sigue habiendo batallas que no están zanjadas.

Publicada en la revista Ñ, 16 de marzo de 2019, con el título: “Los acentos que invocan el futuro”