lunes, 21 de junio de 2021

La pesca del día. "El gran surubí" de Pedro Mairal, una novela gráfica con ecos del Martín Fierro


 Por Alejandra Rodríguez Ballester. (Revista Ñ, 19/06/21

De manera onírica, con sujetos y territorios desplazados, como en los sueños, sin gauchos ni desierto, los ecos del Martín Fierro se pueden percibir de manera sutil, entreverados con otras voces, en El gran surubí de Pedro Mairal. Esta novela gráfica, ahora reeditada, fue escrita en sesenta sonetos y publicada por entregas en 2012 en la revista Orsai. Llegó al soporte libro en 2013, en una edición casi lujosa, apaisada, con ilustraciones de Jorge González. La versión actual, publicada por Emecé, es mucho más austera, con dibujos en blanco y negro de Pedro Strukelj, en un libro de formato tradicional.

En 2005, Mairal había publicado El año del desierto, su segunda novela, una distopía que se internaba en la historia y la tradición literaria argentinas, para narrar una involución, el retroceso del país desde el siglo XXI al XIX, desde la ciudad hacia el desierto, desde la civilización hacia la barbarie y hacia el matadero. Ambos relatos están emparentados por el salto al pasado literario para iluminar zonas del presente, un presente signado por la crisis y la amenaza latente del autoritarismo y la violencia de Estado.

En cada reescritura del poema nacional se pueden identificar no solo obsesiones autorales sino lecturas de época. Borges quiso volver sobre el episodio canalla del gaucho de Hernández -la muerte arbitraria del Moreno - para hacer justicia poética en El Fin; también revisitó en su Biografía de Tadeo Isidoro Cruz esa noche memorable y única en que el sargento Cruz se reconoce en el gaucho desertor, comprende su destino y cambia de bando. Son las reescrituras de un lector sagaz y exquisito. Entrado el siglo XXI, Gabriela Cabezón Cámara eligió escribir lo que faltaba: el personaje de la mujer de Fierro, invisibilizado en el relato del siglo XIX, cobra protagonismo en sus Aventuras de la China Iron, una versión queer e iconoclasta del relato gauchesco.

En El gran surubí, Mairal reescribe la escena de la leva, el estado de excepción, el reclutamiento arbitrario de los gauchos, y lo traslada a una Argentina contemporánea y distópica, con reminiscencias de la dictadura. Atormentado por un juicio de divorcio, el protagonista, Ramón Paz –viejo seudónimo de Mairal- sólo encuentra alivio entre amigos, en la camaradería homosocial del fútbol. Es en la cancha donde los sorprenderán los milicos y, tal como sus compadres del siglo XIX, serán usados como mano de obra esclava, enviados a la pesca del surubí, en una Argentina empobrecida que reemplaza la carne por pescado.

Quizás resultado de mutaciones genéticas, el surubí es un bicho indescriptible y monstruoso que cobra dimensiones míticas: “cada quien describía de una forma/ distinta al surubí como un bestiario/un prodigio que altera el diccionario/ una imagen que crece y se deforma”. Un pez “con tamaño de ballena” muy cerca del Moby Dick de Melville. Y aquí es otro género el que se cruza con la gauchesca: el relato de aventuras, otra épica enteramente masculina.

Para el autor de los Pornosonetos, zarpar lejos de la tierra implica también cruzar otra clase de frontera, la que va de la representación del deseo heterosexual a la del deseo y el sexo entre muchachos. El tan mentado homoerotismo entre Fierro y Cruz, aludido desde Martínez Estrada en adelante, aquí se hace explícito, y el duelo de Ramón Paz ante la pérdida de su compañero es casi tan sentido como el del gaucho por su amigo. Ramón también será desertor, también a él lo perseguirán por una muerte, pero ninguna coyuntura política lo salvará de su destino.

Una mención aparte merece el recurso del soneto, que remite al pasado en lo que tiene de anacrónico, aunque la gauchesca optaba por el verso octosílabo de la tradición oral. Su uso es irónico y contemporáneo: se borran las estrofas y se elude el refinamiento, se apela al humor, a lo coloquial, a las marcas y referencias populares.

El giro hacia lo fluvial que da El gran surubí, que sale de un género y de una relación intertextual para establecer otra geografía y otros lazos literarios, es quizás la apuesta más osada y fecunda de Mairal. Con este gesto, el poema nacional parece liberarse del lastre de su canonización por Lugones, de su embalsamamiento como épica nacional para seguir el cauce de otros géneros, como el relato de aventuras, o la estela de escritores argentinos que eligieron el río como su zona: desde Juan L. Ortiz hasta Saer, cuyos ecos pueden escucharse por momentos en esta deriva litoral.